Panamá, Tierra de Oportunidades: asociación de clase media amplia con enfoque en la economía política de todos los panameños
o "Algunas ideas no tan dispersas sobre como salimos del hueco, Versión Criolla, primera parte"
Es mejor que la propiedad del Estado esté distribuida lo más equitativamente posible entre sus ciudadanos... La mejor comunidad política se forma por ciudadanos de la clase media, y esos estados probablemente estarán bien administrados en los cuales la clase media sea grande, y más fuerte, si es posible, que las otras dos clases, o al menos que cualquiera de ellas por separado; pues la adición de la clase media inclina la balanza, y evita que cualquiera de los extremos sea dominante.
Cuando el poder se concentra en manos de los muy ricos, se genera una plutocracia que descuida las necesidades y derechos de la mayoría, conduciendo a la opresión y la injusticia social. Por el contrario, cuando el poder es arrebatado por los muy pobres, sin la moderación de la clase media, puede conllevar a la democracia radical, que también termina en formas de tiranía, donde la ley es subyugada al capricho de las masas. En ambos extremos, la estabilidad del Estado se ve amenazada, y la tiranía, bajo diferentes disfraces, emerge como un peligro latente. Por lo tanto, es en el equilibrio [mi énfasis] donde la justicia y la estabilidad encuentran su mejor refugio.
-Aristoteles, "La Política"
Con esta cita empieza su último libro Martin Wolf, reconocido economista y columnista del Financial Times de Londres, titulado La Crisis del Capitalismo Demócratico. Además de robarle las citas de @Aristotle #theOGAri, le estoy robando muchas ideas (algunas de ellas exploradas en este magnifico debate) para mis lectores.
En una futura edición discutiremos más profundamente los argumentos del libro, y los usaremos para analizar la caótica e incierta situación que vive el país, pa’cabar de rematar, en plena contienda electoral – y si no te ha parecido taaan caótica, tal vez tus hijos no tuvieron que inhalar humo tóxico estos últimos días #quesuerte
Sin embargo, antes de examinar lo que podemos hacer pa’ intentar salir de este hueco de pobreza, extracción de riqueza y democracia en peligro de extinción, considero sumamente apta esta historia que comparte el autor, en esta charla sobre la publicación de su libro, en cuanto a qué lo llevó a escribirlo:
En 1937, mi padre dejó Viena por Inglaterra, solo. Su familia inmediata, milagrosamente, escapó a Palestina en 1939. Nuestra familia extendida en Polonia no tuvo la misma suerte y, salvo una joven, todos murieron en el Holocausto. En mayo de 1940, el padre de mi madre, un comerciante de pescado judío autodidacta, secuestró un [barco] arrastrero para llevar a su familia a Inglaterra mientras los ejércitos alemanes cruzaban la frontera holandesa.
Él fue uno de nueve hermanos; ninguno de ellos ni sus familias se unió a él, y todos perecieron en el Holocausto. Aunque no estoy seguro de los números exactos, entre 40 y 50 de mis tías, tíos y primos de mis padres fueron asesinados.
Esto fue, por supuesto, el resultado del colapso del orden civilizado en Europa durante el período [entre las guerras mundiales], un colapso exacerbado por calamidades económicas [mi énfasis], incluida la devastadora Gran Depresión.
Esta conciencia de la posibilidad de un fracaso económico fue una de las razones por las que inicialmente me interesé en la economía. Por eso, el tema de este libro, que comencé a escribir mientras Donald Trump se convertía en presidente de EE.UU. y estábamos [los británicos] inmersos en la campaña del Brexit, me importa personalmente: la estabilidad de una democracia civilizada nunca está garantizada [mi énfasis].
Aunque nadie, ni el autor, compararía lo que ha pasado en nuestra región, al menos durante su era republicana, con la barbarie del Holocausto [aunque esto no significa que en esta parte del mundo no han habido holocaustos, simplemente, que unos genocidios son más eficientes que otros], la historia que nos comparte Martin Wolf muy bien podría contar, si la setiamos en el presente latinoamericano, la odisea de, por ejemplo, una familia venezolana:
Ésta es una pareja de jóvenes, él de 33 y ella de 29, del Estado de Zulia, donde en algún momento soñaron con que Simoncito, nacido hacía 12 años, pudiese ir a la universidad. Concebido en pleno Socialismo del Siglo XXI, el joven padre sabía que esta vez sí, carajo, al fin iba a salir el pueblo venezolano de su miseria, gracias al mesías que había llegado a la presidencia a repartir las bendiciones del país de manera justa, en beneficio del pueblo venezolano, después de tantos años de gobiernos oligarcas corruptos que se quedaban con la mayoría del pastel. A ambos padres los había eludido el sueño universitario, gracias a su precoz embarazo.
Finalmente, después de conversaciones desgarradoras, deciden en conjunto dejar a los abuelitos de Simón, muy viejos para hacer la travesía a pie, y jugársela con su hijo, aunque ya un poco enfermizo por falta de medicamentos para manejar su diabetes infantil, en una de las caravanas de inmigrantes hacia el Norte, plegarias andantes por una mejor vida.
A sólo unos días de que el hospital más grande de Zulia se quedase sin insumos, partieron, cada uno con las pocas ropas que les cabían en una mochila, hacia los EE.UU (ya sus amigos en Panamá les habían dicho que la cosa allá no ‘taba tan buena como antes, y que había subido notablemente la xenofobia contra los venecos).
Sin embargo, aunque por suerte pudieron cruzar Colombia sin muchos percances, en las selvas del Darien, la madre fue violada repetidamente por forajidos armados, mientras que al padre lo apalearon hasta un centímetro de la muerte, quitándole el conocimiento y todo el dinero que habían ahorrado para su gran escape. Se presume que Simoncito, actualmente desaparecido, fue secuestrado por los malhechores, miembros de una de las múltiples bandas del crimen organizado que operan en la zona.
Ojo, no estoy siendo gráfico por gusto, sino para que entiendas que no hay que llegar a los niveles de depravación nazi para procurar no caer en las garras de un populista. También, para que recuerdes que, como explicaba Hemingway en cuanto a la bancarrota, las catástrofes populistas ocurren “gradualmente y, luego, todo a la vez”.
Así fue como, después de varios años de despilfarro y mal manejo chavista, pero, eventualmente, con la brutalidad de los mercados internacionales de commodities (que tienden a ser unas divas y, por ende, son la última canasta en la que quieres poner todos tus huevos), los venezolanos empezaron a ver su país desintegrarse.
Imaginaría, sin embargo, que más de una vez, antes del colapso total, se dijeron a ellos mismos: ahora sí ya no puede ponerse peor…
Mi nombre es Andrés, de Versión Criolla ¡y estoy aquí para reclutarte!
Así empezaba sus discursos de campaña Harvey Milk, el primer hombre abiertamente homosexual en llegar a ser electo a un cargo público en gringolandia: Concejal de la Ciudad de San Francisco, California, el equivalente en Panamá, diría yo, a un Represente de Corregimiento y miembro de la Junta Municipal. Trágicamente, Milk fue asesinado en 1978, junto con el Alcalde de San Francisco, por un exmiembro de esta misma junta que buscaba recuperar su trabajo.
Recuerdo, después que vi la película de su vida por primera vez – además de quedar profundamente conmovido, no solamente por las historias del personaje y sus tiempos, sino por los papeles que se tiran Sean Penn y otro poco de leyendas – pensar en todo el progreso que había logrado la comunidad gay en EE.UU., especialmente desde que me mudase por primera vez al país en el 2000 (a hacer la U), precisamente por gente como Harvey Milk y sus esfuerzos.
Indudablemente, estas vidas virtuosas, en el sentido clásico de la palabra, han servido de inspiración para miles de políticos y activistas que siguieron sus pasos, tanto gay como hetero. En Panamá, necesitamos más gente como Harvey, dedicados a una causa más allá de si mismos, dedicados a su comunidad.
Lastimosamente, el mundo moderno no solamente nos atomiza en grupos cada vez más pequeños, con identidades cada vez más específicas, pero también nos esconde las verdades milenarias que, si dejamos de reconocer, acabaremos con todo lo que se ha alcanzado en Panamá – lo cual no ha sido poco, en particular desde que los gringos nos devolvieron nuestra democracia (después de haber ayudado a quienes nos la arrebataron en primer lugar, pero eso es otra historia).
Verdades como la importancia del equilibrio, “donde la justicia y la estabilidad encuentran su mejor refugio”, que a lo largo de la historia han determinado el éxito de las sociedades / comunidades políticas – desde las ciudades-estados de la Grecia Antigua de Aristóteles, hasta como vivimos hoy día, en algo mucho más difícil de administrar con éxito, o sea, sin que nos matemos los unos a los otros: repúblicas democráticas liberales, conformadas por grupos cada día más diversos el uno del otro (más que nada, en el aspecto socioeconómico).
Entonces, como Harvey, vengo a reclutarte para que formes parte del cambio, pero antes quiero convencerte que nuestro problema medular – y el del resto de la región, muy por encima de cualquier otro – es, por naturaleza, de economía política. Todo lo demás es chantilly, y en tiempos de emergencia social y podredumbre institucional, como la que vive Panamá hoy día, sirve como distracción.
Te aseguro que dentro de los miles de refugiados e inmigrantes (da igual, en verda) que arriesgan sus vidas atravesando el infierno humano que es hoy el tapón del Darién, huyéndole a sus Estados (parcial o totalmente) fallidos, no hay ningún anarco-capitalista, por ejemplo, ni ninguna feminista interseccional anticolonialista, ni ningún miembro de sindicato o partido político, ni nadie discutiendo cuál es el grupo más marginado, o a quién debe reconocérsele el sufrimiento por encima del de los demás.
Esta gente, que tampoco tiene tiempo que perder en redes sociales, enfrenta problemas más inmediatos, y lo que quiero que entiendas es que, en Panamá, estamos mucho más cerca de caer en ese abismo de lo que tú crees.
No pierdas de vista lo que está justo enfrente de tus narices
Por ejemplo, hoy día, me atrevería a decir que, aún en Panamá, si un hombre abiertamente homosexual corriese para algún cargo político, aunque su orientación sexual definitivamente sería usada “en su contra”, no estaría fuera de toda probabilidad que ganase. Es más, pensaría que su campaña atraería buco apoyo de una parte considerable de la población, especialmente de los más jóvenes.
Sin embargo, para la grandísima mayoría de la comunidad gay panameña, su mayor problema no es la falta de igualdad ante la ley en cuanto al derecho a casarse – y que el Estado confiera a estas uniones los mismos deberes y derechos que a las uniones consensuales entre adultos del sexo opuesto (consagradas o no religiosamente).
¡Niiiiiieeembeeeeee!
Lo que afecta a los panameños gay más que cualquier otra cosa, es exactamente lo mismo que afecta a la gran mayoría de los panameños más que cualquier otra cosa, sean straight, bi, no binario, etc. Además, es lo que más directamente afecta la calidad de tu día a día, es decir, qué tan difícil es tu respectivo hustle – porque, no lo olvides, en Panamá hay gente que rebusca las bolsas de basura después de las parys para recolectar hojalata; los he visto, y nunca los he oído quejarse…
Específicamente, lo que más jode al mayor número de panameños, lejos, es:
Un Estado corrupto e ineficiente que, además, les impone todo tipo de costos, tanto fiscales como socioeconómicos y, por ende,
Una economía en la cual ni el incentivo para invertir en capital humano existe por, más que nada, los grandes grupos económicos, tanto locales como extranjeros, extrayendo valor del recurso nacional sin pagarle al país por el beneficio.
En Panamá, un puñado de empresas monopolizan una proporción cada vez mayor de los recursos y esfuerzos del país, tanto en la esfera política como en la económica, sin tener en cuenta el bienestar del conjunto social, ni el tejido que lo mantiene unido. Este comportamiento ignora la salud de la comunidad política en su totalidad, desequilibrándola. Cuando el desequilibrio llega al extremo, como en Panamá, este comportamiento se torna, socialmente, cancerígeno.
Como, históricamente, Latinoamérica nos ha demostrado una y otra vez – aunque, recientemente, el resto del mundo también, incluyendo las democracias más consolidadas del planeta – el cuerpo humano no es el único que fácilmente puede padecer de un serio imbalance que desate, eventualmente, el crecimiento canceroso de una o varias de sus células. Al cuerpo político, también, le pasa con regularidad.
Otro ejemplo es el caso de las mujeres en Panamá, un grupo social del cual se habla mucho en términos específicos, cuando la realidad nacional es que la diferencia entre mujeres y hombres del mismo estrato socioeconómico, aunque sigue siendo demasiado grande, no se compara al abismo que hay entre, por un lado, las mujeres de clase media-alta-pa’rriba y, por el otro, el resto de las panameñas.
Inclusive en cuanto al aborto, supuestamente ilegal en Panamá, la mujer con plata (suya o de su familia o marido) puede terminar con un embarazo no deseado, en términos relativos, facilito. Si no consigue alguien que le haga la operación clandestina en el patio – y no me sorprendería que ya existiese un mercado ilícito de pastillas abortivas o, al menos, píldoras tipo Plan B (anticoncepción de emergencia) – esta panameña no tiene más que comprar un boleto aéreo a cualquier país donde el procedimiento sea legal y pagar, como persona civilizada, por la atención médica correspondiente.
Recursos limitados para egos ilimitados
Uno de los significados más populares de economía, como ciencia social, es el estudio de la utilización óptima de recursos limitados, sean los de una compañía (micro-economía) o los de un país (macro). Como espero haber dejado claro en mis escritos hasta la fecha (aunque seguiré argumentando de todas formas), la distribución de los limitados recursos panameños – gracias al acceso que tienen los grandes grupos económicos para explotarlos privadamente – es subóptima, por no decir otra cosa.
Esta situación nos está causando un daño enorme, más sin embargo, estamos distraídos con todo tipo de temas que, relativamente, ni se acercan a la madre de todas las urgencias: la pobreza, tanto general como relativa, es decir, la desigualdad, y los resentimientos que la falta de oportunidades – para salir de los huecos en que la mala suerte ha sumergido a tantos panameños, porque nadie escoge nacer en Sabanitas, te recuerdo – ha engendrado una población que cada día tiene que fajarse más pa’ recibir menos.
Estoy seguro, por ejemplo, que al menos 4 de cada 5 panameños gay cederían el derecho a casarse con su pareja, si a cambio su Estado hubiese invertido, de manera eficiente y humana (holística, si prefieres), en la educación que necesitarían, terminando el primer cuarto del Siglo 21, para conseguir un trabajo bien remunerado una vez llegasen a la adultez – ya que sus padres, definitivamente, no pudieron hacer dicha inversión.
En cuanto a las mujeres panameñas, de qué le sirve a alguien “pro-vida”, digamos, que el Estado panameño prohíba el aborto (o las “drogas ilegales”, si prefieres) si al final del día, ninguno de estos temas, o sea, la “protección del niño nonato” (o el acceso a estupefacientes, si prefieres) es de índole legal, ni moral, ¿sino un simple tema de acceso a recursos?
Inclusive el aborto, uno de los temas sociales más controvertidos de nuestro tiempos, es, en Panamá, cuestión de plata. En un país como el nuestro, prohibir el aborto es simplemente prohibírselo a las mujeres (y niñas) que, para empezar, no tienen acceso a atención médica de calidad (y ni hablar de educación de calidad); es decir, las que más sufren esta regla del juego son las panameñas a quienes más les ayudaría poder planear su familia, otra de las profundas injusticias a los que son sometidos los panameños, y panameñas, que nunca les alcanza pa’na’, y otro ejemplo de como la desigualdad económica causa resentimiento social, el cual carcome cualquier espíritu de unidad nacional que podría haber en este país (y que cualquier nación necesita para prosperar). Estos días, ni cuando juega la sele somos un sólo Panama.
It’s all about life outcomes
Llamo la atención a estas discrepancias para resaltar el hecho que, en términos tanto económicos como sociales – durante el transcurso de mis 40 y puff años, pero especialmente después de la recuperación de la democracia – Panamá ha progresado considerablemente. Incluso en cuanto a la pobreza pura y dura, nuestro Estado ha logrado, a pesar de su ineficiencia y corrupción, disminuir significativamente el número de gente viviendo en la penuria.
Fuese injusto con el Gobiernito si no resaltase, por ejemplo, que Panamá fue uno de los únicos países latinoamericanos en el que la pobreza extrema disminuyó durante el encierro de año y medio que nos impuso, de la mano de Dios, por la bendita plaga (sin duda alguna, gracias al Vale Solidario, del que hablaremos más en la segunda parte de esta edición).
No obstante, seguimos muy lejos – y en las últimas décadas nos hemos alejado aún más – de verdaderamente confrontar el pecado original de todas las repúblicas latinoamericanas, y la brecha que no ha terminado de sanar en la gran mayoría del mundo poscolonial: la desequilibrada, y desequilibrante, distribución de las riquezas que históricamente se han extraído de nuestros suelos, espacios, mares y gente.
Hoy por hoy, a pesar de grandes saltos hacia adelante para el “panameño común” en todo tipo de aspectos, la realidad socioeconómica sigue siendo, en general, la misma que cuando yo era niño, que cuando mis padres eran niños, y que cuando mis abuelos eran niños.
Esto no es nada menos que una tragedia, aparentemente, de nunca acabar, en particular teniendo en cuenta el providencial pedacito de tierra donde, ¡regocíjense, bienaventurados!, tuvimos la gran fortuna de nacer.
O, patria, tan pequeña tendida sobre un istmo, donde el principal determinante de los resultados de vida (life outcomes) de tu gente – es decir, desde cuántos años terminará viviendo, hasta los ingresos que generará a lo largo de su vida – es el apellido con el nace o, desde mis tiempos al menos, el hospital donde su vieja lo trae al mundo: yo nací en Paitilla, por ejemplo, y si alguien hubiese tenido que apostar que un panameño en específico, o sea yo, iba a tener buenos resultados de vida, haber nacido en el Hospital Paitilla era, prácticamente, una garantía.
Esta situación, por más que la hemos normalizado hace long, pero looong tain, está llevando al país inexorablemente hacia el abismo populista, del cual ya estamos demasiado cerca – algo que si no te es palpable, deberías caminar más allá de tu garita.
Si no afrontamos nuestra crisis socioeconómica desde la raíz, con la urgencia y seriedad necesarias, corremos el riesgo de deteriorar aún más el escaso capital social que, todavía pero de a vaina, mantiene a flote la democracia en nuestro país.
Este capital, es decir, la poca confianza que les queda a todos aquellos que participan en el juego democrático, el cual determina las políticas públicas – o sea, lo que hace (y deja de hacer) el Estado y, por ende, va mucho más allá de organizar elecciones cada cierto tiempo – es fundamental para evitar que el juego sea percibido como arregla’o por los que sienten que, a pesar de sus sacrificios, no avanzan; y/o, los resultados, como compra’os por los mismos que siempre ganan. Si esto sucede, eventualmente, una masa crítica de ciudadanos le pedirá a un autoritario, con su voto, que venga a poner orden, carajo, que ¡esta “democracia” no sirve pa’ burger!
Porque no lo dudes: hoy día nuestra democracia enfrenta su mayor amenaza desde el golpe de Estado del 11 de octubre de 1968, que la extinguiese durante más de 20 años en nombre del pueblo – por más que los resultados en este ámbito hayan dejado mucho que desear de la “Revolución Democrática” (impuesta, irónicamente, por golpe) y, por ende, a muchos deseando algo aún más radical.
No es coincidencia, como espero haber dejado claro la semana pasada, que la razón de ser del golpe – definitivamente militar, pero supuestamente social y justicialista – así como la raíz del resto de los regímenes populistas que surgieron el siglo pasado por toda la región, fue la precarísima situación socioeconómica de las grandes mayorías de la época, fuesen obreras, campesinas o profesionales.
Un llamado a la acción colectiva
Entonces, así como la gran cruzada moral de casi todos los panameños, desde pocos días después de consagrada nuestra separación de Colombia, en 1903, hasta el 7 de septiembre de 1977, fue la recuperación de nuestra soberanía y nuestro principal recurso económico; y, una década más tarde, fue la lucha contra la dictadura; a la actual generación – especialmente a los panameños más jóvenes, quienes tendrán que afrontar la catástrofe generacional que les legaremos los que actualmente estamos extrayendo valor del país y, por ahí mismo, endeudándolo innecesariamente y sin remordimiento – le corresponde el rescate de nuestro Estado capturado.
Específicamente, debemos recuperar el control sobre todos nuestros otros recursos nacionales, los cuales, así como el Canal antes de su reversión a Panamá, son, en la actualidad y desde hace décadas ya, explotados por entidades ajenas al país, en particular, ajenas a la gran mayoría de los panameños.
Los recursos del Estado panameño incluyen pero no se limitan a los:
Recursos Naturales
Minerales, por ejemplo, el cobre que First Quantum Minerals (FQM) desea extraer del subsuelo panameño – lo cual seguramente hará si otro de nuestros políticos tradicionales, dígase, fácilmente corrompibles, llegase a ser presidente.
Nuestra posición geográfica, de la cual se benefician numerosas compañías, sin compensar adecuadamente al Estado – aveces, ni del todo – por este beneficio, único en el planeta, como las de la Zona Libre de Colón y otras zonas francas, parques logísticos internacionales, etc., las cuales serían mucho menos rentables si estuvieran, no sólo en otro país, sino en otra provincia, ya que su rentabilidad deriva directamente de su ubicación en relación al Canal y a los puertos (como veremos, recursos del Estado igualmente).
La tierra, que puede y debe ser tratada como propiedad privada pero, por su naturaleza limitada (ya no están haciendo más, lastimosamente), corresponde aplicarle un impuesto muy pequeño (0,1%, digamos) sobre su valor de mercado (ojo, no sobre el inmueble construido que, técnicamente, es valor creado). Personalmente, como “terrateniente” – que ni la hectárea tengo, pero igual – este impuesto me pegaría directamente (más sobre esto la próxima entrega).
Recursos Físicos
El Canal de Panamá, bajo nuestro control total desde el 2000 (mediante la nave espacial que es la Autoridad del Canal de Panamá, o ACP), tanto por suerte (véase Jimmy Carter), como por la acción colectiva de la gran mayoría de los diversos grupos sociales panameños, a lo largo de múltiples generaciones – por más que un sólo hombre, tal vez no tan injustamente, se haya quedado con casi toda la gloria.
Puertos marítimos en ambas costas, de los cuales, los dos más importantes, por ejemplo, son controlados por CK Hutchison Holdings Limited (multinacional incorporada, ¿por qué será?, en las Islas Caimanes). Dueña de Panama Ports Company (PPC), la cual opera por concesión del Estado los Puertos de Balboa y Cristóbal, la empresa sólo pagó, en los primeros 25 años de concesión, $8 millones al Estado panameño (el equivalente, ni siquiera, a $900/día, o lo que pagan algunas parejas por una noche de hotel en cual sea el destination que esté de moda en redes). La concesión fue renovada por el gobiernito por otros 25 años, o sea, por otra generación de panameños, sin alteraciones.
Aeropuertos, especialmente el Hub de las Americas, uno de los activos más valiosos que tiene Panamá – básicamente, otro Canal, pero para carga, más que nada, de pasajeros – aunque, criminalmente, es una multinacional privada que cotiza en bolsa americana la que goza del monopolio sobre su uso como punto de conexiones. Por alguna razón, Copa Airlines, S.A. es la única empresa que puede, para todos los efectos prácticos, hacer uso del Aeropuerto Internacional de Tocumen como puente aéreo, es decir, de la manera que más valor genera para su verdadero mercado (los viajeros internacionales que no se quedan en Panamá), por el cual compite con la gran mayoría de las lineas aéreas de las Américas, de manera mega rentable, gracias a nuestro recurso.
La red vial panameña, de la cual se benefician, en teoría, todos los panameños.
Recursos Sociales
Las leyes de la República, especialmente la Ley de Sociedades Anónimas, utilizadas para lucrar por los grandes bufetes locales, pro beneficio, también, de los bancos que financian la construcción de toda esa “seguridad patrimonial” que, desde el balcón de mi apartamento, se puede ver casi todas las noches en vivo: enormes torres de concreto con una que otra luz prendida, cuales monumentos al despilfarro y la indiferencia, ocupando las mejores parcelas del territorio nacional.
También sobresale nuestro código fiscal, particularmente las leyes que propician la evasión “perfectamente legal” de impuestos, más que nada, para extranjeros – y la razón principal por la cual Panamá aparece en todo tipo de listas negras y grises, las cuales prohiben que una clase gigantesca de capitales internacionales, más que nada productivos, sean invertidos en Panamá (atrayendo, cual círculo vicioso, aún más especulación inmobiliaria, o sea, el peor tipo de “inversión”).
O wie reich ist Panama!
La actual realidad del país, en el que una cantidad devastadora, hasta de lo que aún el liberalista más empedernido propiamente llamaría recursos del Estado, es controlada por ciertos grupitos – en mancuerna con los políticos que escriben las reglas del juego – es insostenible, desequilibrante y un atropello puro y duro para los panameños que, en comparación, no reciben casi nada de lo que, seamos honestos, nos ha dado la Providencia, Dios o lo que sea que consideres divino, infinito o más allá de nuestra capacidad para entenderlo.
Si no hubiese sido así, tenlo por seguro, fuésemos los panameños los que estaríamos muriendo como perros camino a EE.UU., como el resto de los centroamericanos que no tuvieron la misma suerte.
Ahora, no quiero terminar sin conceder que, definitivamente, muchísimos panameños, al menos desde el 2000, han alcanzado un nivel de vida mejor al que hubiese sido posible de no haber habido las lluvias de divisas que llegaron a Panamá – casi todas fuera de nuestro control – empezando con el violento choque del Huracán Hugo contra las costas (y montañas y planicies y ciudades) venezolanas y, luego, el desembolso bíblico del Estado panameño, a punta de deuda, más que nada, para que pudiésemos mantenernos relevantes en la economía mundial y (gracias a dios, a pesar de la irresponsabilidad de varios políticos locales), expandiésemos el Canal.
Además, hay que aceptar que, al menos, habían sido implementadas políticas públicas que permitieron a algunos panameños, aunque no exactamente al país, hacer uso de los maremotos de capitales que atrajera nuestra plataforma de servicios.
Puesta en marcha durante la dictadura militar para vender Panamá, como a tantos de sus “brokers” les encantaba decir, la misma fue usada por Noriega – y varios hombres y mujeres de negocios, especialmente abogados, banqueros, constructores y políticos allegados al régimen, que ni pestañaron cuando se les presentó la oportunidad de vender Panama – para que los carteles colombianos, los capos del narcotráfico en los ‘80 y ‘90, “invirtieran” miles de miles de millones, (U.S. billions) en Panamá, más que nada, en ladrillo puesto por el Suntracs.
Hasta el sol de hoy, sin embargo, esta actividad económica, enormemente lucrativa para un puñado de corporaciones y, en menor escala, para trabajadores sindicalizados, sigue encareciéndole la vida a todos aquellos que no tiene ningún inside en estas industrias, defacto subsidiadas por el Estado.
El resto de los congos estamos obligados a pagar las “externalidades” de todos estos negociazos, el eufemismo que usan los economistas para hablar de costos generados por actividades económicas que no son sufragados por aquellos que se benefician de las mismas.
Uno de estos costos, claramente, es la inflación. Como hemos podido ver desde el despilfarro de Musollini, nuestra minusválida economía no tiene la capacidad, ni si quiera hoy, después de todo este maná caído del cielo, de absorber adecuadamente capitales extranjeros sin que se disparen los precios de prácticamente todo. Esto se debe, más que nada, a que los panameños somos muy poco productivos (gracias a las políticas públicas de todos los gobiernos, militares o civiles, desde que yo tengo uso de razón).
Aunque analizaremos este tema, y las enormes distorsiones económicas que genera, próximamente, el poder de la industria de la intermediación, tanto legal como financiera, ha permitido la captura del Estado por parte de, entre otros, los bancos y las grandes firmas de abogados que conforman este plataforma, en particular, para que aquellos que reciben estas divisas se queden con la gran mayoría del valor extraído de ellas.
Esto no ha pasado por accidente, sino gracias a políticas publicas, las cuales, además, han propiciado una distribución injusta e ineficiente in extremis del valor extraído del recurso nacional. La realidad, sin embargo, es que toda la plata que llega a Panamá no viene por lo que podemos hacer los panameños, necesariamente, sino por lo que se puede hacer mediante los recursos del Estado panameño, especialmente, nuestra posición geográfica y nuestros códigos legales, fiscales, etc.
Por ejemplo, los abogados panameños – que tienen un permiso especial del Estado para representar a otros panameños, naturales y legales, ante el mismo Estado, sus cortes y otras instituciones democráticas (un permiso que también puede ser revocado por el Estado) – están vendiendo una protección patrimonial que ni si quiera ellos son los que la proveen.
Quién verdaderamente protege los bienes “invertidos” en Panamá, hay que estar muy claros, es el Estado panameño; por consiguiente, es al Estado panameño a quién le imponen todo tipos de costos, en forma de miles de millones que no le entran al país, gracias a nuestra incesante aparición, hasta hace unos días, en las listas negras y grises de la Unión Europea, el GAFI y otras organizaciones internacionales, precisamente, por tener estas leyes en los libros – ejemplo perfecto de una de las externalidades que le clavamos al panameño común, a diario.
Estas leyes, que de poco le sirven al asalariado o al emprendedor local, a pesar que lo joden parejo, son mega lucrativas pa’ la industria y sus empresas más grandes, y por ende, políticamente, difíciles de reformar, pero es exactamente lo que tenemos que hacer.
Así como el Canal nunca se hubiese construido en Bolivia, todos los servicios que se desprenden de nuestra posición geográfica, y de su proximidad al Canal, no fueran tan rentables, o tal vez ni si quiera estuviesen en Panamá, de otra manera. Si queremos evitar descender al infierno populista, como tantas de nuestras hermanas repúblicas latinoamericanas, tenemos que cambiar cómo se benefician de nuestras ventajas competitivas los grandes grupos locales y las multinacionales con operaciones en el patio.
Específicamente, ¿cómo puede ser más justamente repartido el valor extraído del recurso nacional entre la población y, clavemente, cómo puede servir para mejorar las vidas de todos los panameños, incluyendo eliminar las injusticias diarias que sufren tantos, honestos y trabajadores, rezando pa’ que les alcance hasta la próxima quincena?
En unos días, profundizaremos sobre políticas públicas especificas para, sin revolución pero con patriotismo, justicia y democracia, cambiemos el curso de nuestro pedacito de edén, hasta hoy, sólo accesible a unos cuantos.