Cuando la (im)productividad conlleva a la inestabilidad política y el atrofio social
o Cómo funciona la economía panameña, versión criolla, sexta parte
Como hablábamos la semana pasada, el uso de la vivienda panameña como activo financiero, más la metástasis del interés preferencial (de ayuda social a socialismo corporativo), han hecho del “desarrollo inmobiliario” – y sus actividades conexas, todo tipo de trámites oficiales, legales, y financieros – el sector con mayor peso en la economía panameña.
Naturalmente, viendo todos los recursos que el Estado dirige hacia la construcción, el Suntracs – como hacen todos los sindicatos del mundo – siempre ha buscado incrementar su cut de esta actividad económica, en la forma de mejores salarios y prestaciones.
Aunque lloren y le mienten la madre a los líderes del gremio, la realidad es que la Capac siempre ha accedido a las demandas del Suntracs; al final del día, el pastel ha sido lo suficientemente grande pa’ ambos grupos – o al menos lo fue hasta la pandemia.
Pero aunque tienen muchos incentivos opuestos – por ejemplo, la Capac busca recortar costos, incluyendo los de mano de obra, dígase, los salarios del Suntracs – a ambos grupos los une su irrefutable incentivo mutuo en mantener el estatus quo nacional en cuanto a políticas públicas, es decir, el bendito modelo económico, cualquiera sea el gobierno de turno.
Versión Criolla: las leyes de la República de Panamá, que obviamente pasan los honorablísimos diputados, incentivan a millonarios de toda índole, origen nacional y fibra moral a usar la vivienda panameña – a costa y en perjuicio de todo lo demás, incluyendo la educación pública – para, entre otros:
a) especular/apostar
b) evadir impuestos
c) blanquear capitales y/o
d) simplemente asegurarse que el populista que llego al poder en su país no se lo expropie.
Conocido con el término bastante inocuo de “protección de patrimonio”, esta demanda extra de ladrillo panameño, y de mano de obra que lo ponga, es una fuente de ingresos inagotable pa’ la mancuerna Capac-Suntracs.
Sin embargo, para el panameño que no es parte de la mancuerna, esta demanda hace que el precio del inmueble, es decir, lo que juntos producen la Capac y el Suntracs, siempre este fuera de su alcance. El encarecimiento de la vivienda, a su vez, aumenta el costo de prácticamente todo lo demás, muy parecido a cómo lo hace la gasolina cuando sube de precio.
(irónicamente, como también aumenta la demanda por transporte, obligando a miles de panameños de clase media y obrera a vivir cientos de kilómetros de donde están los trabajos, la rosca inmobiliaria también aumenta, efectivamente, el precio de la gasolina, para todos los panameños).
Los impuestos escondidos del modelo, como vimos la semana pasada, vienen en todos los colores y sabores. Esto convierte al gremio, en su rosca con las grandes constructoras del patio, en una de las principales razones por la cual en Panamá casi todo es tan ridículamente caro: Cuando algo tan básico como la construcción sufre de inflación galopante – en el caso de Panamá, por su código legal – todo lo demás tiende a subir de precio.
Sin embargo, uno de los efectos más nocivos del modelo, proveniente del alza generalizada del costo de la vida, es la correspondiente presión popular sobre el Estado para subsidiar todo tipo de productos básicos. Si no lo hace, el feelin de precariedad que produce la falta de accesibilidad a estos productos lleva a la gente a salir a la calle, aunque sea simplemente para gritarle, a quien sea que escuche, que ya no aguanta más.
Más allá de la inestabilidad social y política que causa – porque pocas cosas desestabilizan a un país más rápido, especialmente uno relativamente libre y democrático como el nuestro, que la inflación – nuestro modelo también limita el desarrollo económico y, por ende, nuestro desarrollo como sociedad (al menos como fuerza laboral).
Atrapada en un equilibrio de poca cualificación, en el cual ni las empresas, fuera de contadas excepciones, ni los trabajadores, como individuos, tienen incentivo para invertir en capacitación, Panamá se mantiene estancada en la improductividad.
Aunque hay “crecimiento económico”, los panameños solo hemos podido producir más outputs (más que nada, inmuebles de poco valor social) con más inputs (insumos), en vez de hacer más con lo mismo o, soñar no cuesta nada, con menos.
Esto no sólo le impide a la mayoría de los panameños, incluso los que estudian y trabajan para superarse, vivir una mejor vida de verdad (no sólo en papel), sino que, además, limita el desarrollo humano del país.
¡Chamadre, Panamá ta carísimaww! (sip, hasta pa’ los yeyos)
En cuestión de precio/calidad, creo que no exagero cuando digo que los productos y servicios a los que tiene acceso la mayoría de la clase media panameña – y la mayoría de los turistas y expatriados que vienen a gastar al país – son muy mediocres. El fastidio de los asalariados y emprendedores, lógicamente, crece cada vez que van al super, le echan gasolina al carro, o llegan a casa luego de botar horas de productividad en un tranque, o en alguna oficina pública tratando de resolver un trámite innecesariamente burocrático.
En su desesperación, la gente que no termina de sentir seguridad económica, es decir, que todavía no se siente “clase media” (o que teme terminar, junto con su familia, fuera de ella), se pregunta: si estoy haciendo las cosas bien, si he estudiado y/o trabajado toda mi vida, como me dijeron mis padres (y mis gobernantes) que debía hacer para tener una buena vida, ¿por qué nunca me alcanza la plata para nada?
Especialmente los panameños que se parten el fuas a diario, pero no reciben remuneración correspondiente a cambio, empiezan a cuestionar cómo aquellos que viven como reyes pueden seguir haciéndolo. Como dice Brad deLong, historiador económico, ex subsecretario adjunto del Tesoro estadounidense y autor de Slouching Towards Utopia:
Por lo general, se puede pretender que existe lógica en la distribución de la riqueza, que la prosperidad de alguien tiene una base racional, ya sea el trabajo duro, la habilidad, o la visión de futuro de la persona o la de algún antepasado. La inflación, incluso la inflación moderada, rompe esta ilusión.
Y no sólo eso, sino que muchos también se preguntan por qué – a pesar de todos los recursos que tiene el país – en Panamá todavía hay miseria como la que se ve en Haití, el país más pobre de la región; si somos un “país de clase media”, al menos de acuerdo con nuestro PIB, ¿cómo así tantos panameños honestos y trabajadores no tienen acceso a productos y servicios de calidad a precios accesibles, es decir, a una buena vida, como supuestamente debería suceder en una economía sanamente capitalista?
La distribución de la riqueza generada en nuestro país – o, mejor dicho, quién gana y quién pierde en Panamá – se convierte en una paradoja incomprensible para la mayoría de los que más duro se ven obligados a trabajar: los asalariados formales y los emprendedores (sin acceso a capital o crédito).
La inflación generada por la mancuerna hace que esta contradicción se vuelva insoportable, especialmente para quienes trabajan 5 días a la semana, la mayoría hasta medio día los sábados – otro gran castigo que sufren los trabajadores panameños por su falta de productividad – pero aún así reciben salarios y retornos miserables por sus esfuerzos.
Esto no tarda en engendrar resentimiento, el cual se convierte en una de las principales fuentes de desconfianza social y, eventualmente, inestabilidad política en el país. Cuando el costo de una vida digna, especialmente si ya estamos acostumbrados a ella, empieza a salirse de nuestro alcance, a todos nos salen garras y colmillos (hasta que ni sabíamos que teníamos) y quien sea que no ta’ conmigo, ta’ contra mí – o como decimos en el patio: ¡wega vivo!
El contrato minero sólo fue la gota que derramó el vaso
Hoy día, los panameños tenemos los trabajadores menos productivos ganando los salarios mínimos más altos de la región, lo que resulta, directamente, en una de las peores calidades de vida en América Latina – algo que te puede corroborar cualquier expatriado del patio que haya vivido, también, en algún país vecino.
Como si esto no cabrease suficiente, especialmente durante los últimos años, la experiencia general de las clases media y trabajadora panameñas ha sido una de hundirse, mientras la marea inflacionaria no deja de asechar; un estrés diario que, gota a gota, va aumentando el cabreo general de la población.
Fue este cabreo generalizado lo que ocasionó el estallido social de finales del año pasado, por más que su infame catalizador, el nefasto contrato minero, haya acaparado toda la atención mediática.
Aunque las protestas pacíficas tuvieron, en gran parte, un aspecto ambiental y de sostenibilidad sumamente positivo, no olvidemos que muchísimos panameños fueron secuestrados por el Suntracs, entre otras organizaciones – en ese momento, actuando totalmente fuera del marco de la ley – hasta que finalmente la Corte Suprema “anuló” el contrato. Sinceramente, dudo que hubiese habido semejante reacción a un acuerdo entre el Gobierno de Panamá y una multinacional, por más corrupto que fuera, si en el país no se sintiese un ambiente diario de incertidumbre y precariedad.
Por el contrario, pienso que, si anduviésemos en medio de otra lluvia de divisas a la que, lastimosamente, crecimos a acostumbrarnos, nada de esto hubiese pasado. Igual que ante toda la corrupción de todos los gobiernos anteriores – desde el “regreso de la democracia”, en 1989, hasta que llegó Covid-19 – mientras haya habido plata en la calle, el panameño se ha conformado, no sólo con su Estado corrupto e ineficiente, sino con productos y servicios, de calidad muyyy cuestionable, a precios de primer mundo.
Pero el mundo cambió, y Panamá también. Después del susto que la mayoría del país vivió durante la pandemia, y el encierro sostenido al que nos sometieron, no solamente ya nadie cree en bruja, sino que ni siquiera se necesita un motivo especial pa’ que el panameño común se tire a la calle. Si el país se siente al filo de la navaja, es porque así se siente la mayoría de sus habitantes.
Los círculos viciosos del modelo
Además de causar inflación galopante, los salarios relativamente altos para la mano de obra poco calificada son el peor incentivo para que los jóvenes panameños, que pueden, inviertan en su propia educación. ¿Pa qué? si las plazas de empleo que requieren formación de capital humano casi ni existen, o pagan poco más de lo que paga poner ladrillo – para lo cual no se necesita gastar ni’un rial en educación.
Esto, a su vez, limita la inversión de la empresa privada en actividades comerciales, y plazas de empleo, que requieran mano de obra altamente cualificada. ¿De dónde la van a sacar?
Este círculo vicioso lo vemos claramente en Panamá, donde la baja calidad del capital humano ha contribuido a un crecimiento histórico del PIB en la última década, pero con una productividad total de factores (PTF) negativa.
La tabla anterior, del economista y fundador de INDESA, Guillermo Chapman, muestra claramente como los panameños llevamos la mayoría de los últimos 50 años oscilando alrededor de la Productividad 0. Lo más triste, o vergonzoso, es que en la última década la productividad del trabajador panameño literal le ha restado al PIB del país.
Este obstáculo, imposible de sobrellevar para la mayoría de las pymes y emprendedores del patio, sólo lo pueden superar las empresas que 1) pueden conseguir mano de obra extranjera y/o 2) pueden capacitar internamente a sus empleados; en otras palabras, solamente los grandes grupos económicos locales y las multinacionales que operan en Panamá.
Además, estos números revelan una combinación no sólo ineficiente de los recursos del país, sino sociopolíticamente muy explosiva; tal y como vivimos en carne propia durante el inédito secuestro sindical de la población, con la complicidad de la autoridades. Nuestro modelo, más allá de todos los otros costos que nos impone, elimina el retorno económico de la inversión en educación, tanto pública como privada. Si esto no es una sentencia de muerte para cualquier país, no se qué lo es…
La trampa de la baja cualificación
Los panameños somos, aunque no parezca cierto, menos productivos que en los años ‘70 y, en términos relativos, estamos muy por detrás de países similares en otras regiones, como las repúblicas excomunistas de Europa Oriental o los tigres económicos del este y sudeste asiáticos, que han podido desarrollar tanto sus economías como sus sociedades, más que nada, a punta de millonarias y sostenidas inversiones en educación e I+D (es decir, investigación y desarrollo, en inglés Research & Development (R&D), se refiere a actividades empresariales y/o del gobierno orientadas a la innovación y la introducción de nuevos productos o servicios, por ejemplo, procesos más eficientes de construcción).
Como hemos visto desde hace ya varias décadas, la economía panameña se ha estancado en actividades de baja productividad debido a una fuerza laboral muy mal capacitada. En esta cátedra, el investigador y experto en América Latina, Ben Schneider, lo llama el low-skill trap, o trampa de la baja cualificación.
Gracias a que privilegian la inversión en sectores de a) baja intensidad tecnológica y b) alta demanda de mano de obra no cualificada – por ejemplo, la construcción y, si no nos sacamos el dedo, la minería – nuestras políticas públicas, y las leyes que les dan cabida, perpetúan este equilibrio perverso, desincentivando la inversión en educación y capacitación, pública o privada, para empleos que requieran mayor cualificación y productividad.
Al final del día, la productividad, es decir, cuánto producimos cada panameño con el capital (humano, físico y/o tecnológico) que tenemos a nuestra disposición, es lo más importante para que un país en vías de desarrollo – como Panamá lo lleva siendo desde que tengo uso de razón – finalmente se convierta en país desarrollado. Como dice el Nobel de economía y columnista del New York Times, Paul Krugman, la productividad no lo es todo, pero a la larga, la productividad es casi todo.
La baja productividad de nuestra fuerza laboral es el fiel reflejo, como vemos cada vez que salen los resultados de las pruebas de PISA, de un sistema educativo que no equipa adecuadamente a los estudiantes con las habilidades necesarias para un mercado laboral dinámico y competitivo – por ende, dicho mercado no existe en Panamá. Esto, como explicamos la semana pasada, es una de las características del modelo, no un error (a feature, not a bug).
La cruda realidad es que la economía panameña, cuyas cifras oficiales, al menos hasta la pandemia, eran la envidia de todo un continente, ha sido tradicionalmente impulsada por sectores que requieren gran cantidad de capital físico, pero muy poco capital humano.
Como podemos ver en la gráfica anterior, somos una maquina de reproducir mano de obra sin ninguna cualificación. La parte morada es también un muy buen aproximado del número de trabajadores sindicalizados que nuestro “modelo de crecimiento” generó del 2007-2017, y que en 2023 paralizaron por completo la economía del país. Un Suntracs grande y poderoso es, literal, resultado directo del modelo.
Entonces la economía de Panamá “se expande”, pero sin un correspondiente aumento en la productividad. Tal crecimiento económico no sólo resulta en una fuerza laboral que no mejora, ni sus cualificaciones ni, por ende, su nivel de vida, sino en una sociedad entera que no le ve valor a la educación y, obviamente, no invierte en ella.
¿Cuando en tu vida has visto un sindicato marchando por, o a la población general exigiendo, más y mejores escuelas, universidades, o centros de educación técnica y/o vocacional?
De nuevo, ¿quién paga la cuenta?
Las implicaciones de este desincentivo a la educación y capacitación son enormes. Sin una inversión adecuada en capital humano, Panamá no solo seguirá atrapada en este low-skill equilibrium, sino que será incapaz de competir en la economía global, incluso con las históricas oportunidades que creará la regionalización (debido al re-alineamiento pospandemia de las relaciones internacionales, tanto comerciales como políticas, de las grandes potencias/bloques económicos).
Lastimosamente, los incentivos que, hasta el sol de hoy, todos los gobiernos panameños han dado para la inversión extranjera han terminado, más que nada, en ladrillo, y la fuerza bruta, no capacitada, necesaria para ponerlo.
Aún de mayor consecuencia para los panameños, los incentivos de la mancuerna Capac-Suntracs, además de embrutecer al país, ponen en peligro su viabilidad económica, y hasta democrática. Frente a la inflación galopante, las mayorías – incluyendo, clavemente, la clase media – pierden la fe en las instituciones del Estado, incluyendo las que garantizan la democracia y la protección de la vida y la propiedad, como el Tribunal Electoral, la Policía Nacional y, obviamente, los Órganos ejecutivo, legislativo y judicial del Estado.
¿Como vamos a esperar que luchen por la democracia aquellos que más trabajan y se esfuerzan para salir adelante, si sienten que sus vidas no mejoran y, en muchos casos, disminuyen apreciablemente en calidad, mientras que los insiders, junto con los políticos que financian, están más ricos que nunca?
Aunque no lo creas, es aquí donde el modelo económico actual pone en peligro las libertades que ya hace varias décadas damos por derecho nacional: una vez pierdes la clase media, pierdes la democracia.
Si los cantos de los populistas empiezan a sonar más factibles – cuando yo era Presidente, los panameños tenían más plata en el bolsillo – o al menos parecen explicar, de forma simple y hasta sensible, por qué la situación de la gente en Panamá se siente tan precaria, pronto habrá una masa crítica de panameños dispuestos a ignorar evidencia clara de autoritarismo y sociopatía, para al menos volver a la época cuando se sentía que más gente, no sólo unos cuantos, se beneficiaban de los miles de millones que le llovían al país.
Los salarios hiper-inflados del Suntracs – los cuales, hago hincapié, provienen del valor que tanto industria como gremio extraen del Estado a través de su influencia política (incluso con coerción y violencia), y nada tienen que ver con el mercado libre – hacen que la vida en Panamá sea mucho más cara de lo que sería si las políticas públicas que generan estos salarios no existiesen.
Naturalmente, el “modelo” incrementa aún más la necesidad, para tantas familias, inclusive de clase media, de subsidios rotundamente antieconómicos, pero sin los cuales, literal, no les alcanzaría para vivir.
Tristemente, para el panameño que busca usar sus habilidades para hacer algo que no sea poner ladrillo, la demanda de todo tipo de capital extranjero por “seguridad patrimonial” seguirá viento en popa – no sólo encareciendo la vivienda artificialmente, sino disminuyendo aún más el incentivo nacional para invertir en capital humano.
Y si tú crees que la vaina ta’ dura ahora, imagínate cuando la otra industria que el Estado escoja para generar empleos sea la minería, la cual necesita, más que nada, mano de obra sin cualificaciones.
La construcción, trabajo honesto e importante, debe ser bien remunerado (lo digo con la mayor sinceridad); pero en Panamá, mediante políticas públicas, lo hemos subsidiado hasta la más frustrante ineficiencia, perversamente matando cualquier incentivo para invertir, privada o públicamente, en educación, capacitación, u otro tipo de desarrollo de nuestro capital humano.
¿Con qué cara le vamos a pedir a la juventud panameña que se eduque, si namás con ser parte de Suntracs ya tiene asegurado un salario relativamente bueno y que, a punta de la violencia y coerción del sindicato, se mantendrá siempre por encima de la inflación nacional (la cual, irónicamente, causan ellos mismos en mancuerna con la Capac)?
Como con las drogas: mientras haya demanda, habrá oferta
Desde que el dictador ruso Vladímir Putin invadió Ucrania de sus dos, el mundo entero ha vivido la subida de precios, aunque ya más leve, en prácticamente todo lo que le importa al consumidor panameño: pan, gasolina y vivienda (incluyendo la renta de apartamentos). Sin embargo, este tipo de eventos internacionales son precisamente los que aumentan la demanda por “seguridad patrimonial”, es decir, por nuestra vivienda y espacio comercial como “inversión”.
Tal vez ahora los oligarcas rusos necesiten otro puerto seguro fuera de Londres, el lavamático de Europa, para parkear sus millones, especialmente desde que el mundo finalmente se enteró del saqueo de Rusia tras el colapso de la Unión Soviética…
(por parte de algunas élites criollas que, con tan sólo encontrarse perfectamente posicionados en aquel momento histórico, y con la ayuda de banqueros y exgobernantes tanto gringos como europeos, acapararon el control de los vastos recursos del país, mientras que la población rusa pasaba penurias no vistas por ellos desde la Segunda Guerra Mundial – razón principal por la cual alguien como Putin, eventualmente, llegó a ser dictador democráticamente – ¿a qué te suena?)
Mas probable, sin embargo, es que llegue al poder en alguna de nuestras repúblicas hermanas el próximo en la larga lista de perfectos idiotas latinoamericanos. Cuando este populista, garantizado, intente quedarse con el poder – destruyendo sin problema las instituciones del país en el intento – asustará a suficiente capital local pa’ que alguito termine – si no en Miami, donde ya los bancos locales tienen sus propias “sucursales” de banca privada – en los nuevos multi de Santa María, por ejemplo.
De igual manera, quien sea que venga a “invertir” en Panamá, dudo que compren el Chelsea panameño (el Tauro? No sigo LPF, confieso), construyan parques agroindustriales de alta tecnología o, de alguna manera, dirijan recursos a cualquier actividad económica que requiera mano de obra con la mínima cualificación – o cuyos retornos no sean los más altos de la manera más rápida posible; precisamente el tipo de “desarrollo económico” que está pudriendo nuestra sociedad y sistema de gobierno.
Aunque definitivamente hay mucha más plata en la calle de lo que había antes del 2000 – y ciertamente antes del golpe del ´68 – entre más pasa el tiempo, más se convierte Panamá en una de las retrogradas monarquías de Oriente Medio, donde algunas familias “reales”, aún más que aquí, se pelean por – pero eventualmente controlan en su totalidad – los recursos de la nación.
Por ende, aún más que aquí, los índices de desarrollo socioeconómico de los países árabes – como nivel de alfabetismo, productividad de la fuerza laboral, diversificación económica, emprendimientos nuevos iniciados por año, entre otros – son de llorar, a pesar de que muchos de ellos literalmente nadan en petróleo.
No tienes que ser un experto para saber que, correspondientemente, los países árabes están entre los más políticamente inestables del mundo y, por ende, casi todos son dictaduras, civiles o monárquicas (que usan sus ejércitos, y el armamento que compran, para suprimir a su población interna, no tanto para protegerse de ataques externos).
Mientras más islas artificiales y casitas de monopolio construyamos, más subirán los salarios de Suntracs sin necesidad alguna que suba, correspondientemente, la productividad del trabajador panameño. La clases medias y trabajadoras, por consiguiente, seguirán pagando por una vida más cara y de menor calidad, generando resentimiento y malestar en la población general que, en cualquier momento, volverá a estallar.
El trabajador panameño, por su parte, seguirá representando, como el peor capital humano de América, un lujo que sólo podrán pagar los ricos, y los grandes grupos económicos (y, obvio, las multinacionales que, además, tienen derecho a importar su mano obra calificada, porque, si no, no se establecerían en Panamá).
Más allá de atrofiar económica, social y políticamente a Panamá, como ha hecho en varios de nuestros pares regionales, la inversión para satisfacer la demanda de productos primarios – incluyendo el ladrillo panameño, nuestro cash crop – genera costos que están acabando con la movilidad social, o sea, la habilidad de aquellos que trabajan duro (o arriesgan lo poco que tienen) para, con suerte, lograr una mejor vida para ellos mismos y, con más suerte de la que existe, para sus hijos también.
Perversamente, el matrimonio impío pero tan lucrativo de inversión improductiva con sindicalismo inmobiliario hace que demasiados panameños, para el detrimento de nuestro verdadero desarrollo, vean en la mancuerna Capac-Suntracs su boleto a la clase media – o su trampolín al exclusivo club de billonarios latinoamericanos que salen en las listas de Forbes – dependiendo de clase socioeconómica, nivel de ambición y cuánto le valga, a este particular miembro de la mancuerna, que su país se convierta en VZLA 2.0, el Estado fallido del Istmo.