De excelencia vs. supremacía, el mérito individual y los viajes al espacio (2 de 2)
Notas sobre el estado de la democracia panameña, Versión Criolla, Parte 5
Esta es la segunda parte de la más reciente edición. La primera parte está aquí.
Como vimos hace unos días, la lucha por la supremacía: ser el mejor (punto), ha sustituido la búsqueda de la excelencia: ser muy bueno en algo que valga la pena. En Panamá, esto lo vemos con impactante claridad en el juego de la supremacía más popular del patio: leyes.
La competencia por, inter alia, constituir la mayor cantidad de sociedades anónimas, abanderar a todos los barcos que lo pidan y/o representar localmente a las multinacionales que más explotan al país, además de lucrativa, es sumamente intensa. Por consiguiente, los abogados criollos que históricamente se han destacado como los “mejores”, al menos desde la dictadura, son algunos de los hombres más ricos del país — un mérito que asumimos “merecido”, precisamente, por no distinguir si esta actividad (primero política y luego económica) “vale la pena”.
Recordemos, entonces, el profundo daño que le ha hecho al país esta práctica “legal”. Mientras un solo buay, digamos, se monta en una nave espacial cual chiva que sale pa’ Penonomé, el resto de los trabajadores panameños, especialmente los más jóvenes, se hunden en la ignorancia, la deuda y la improductividad. Más allá de la precaria situación financiera de nuestro Estado, y nuestros hogares, enfrentamos una profunda crisis socio-política, con el Ministerio de Educación (Meduca) sirviendo de depósito de botellas, y los sindicatos de educadores, entre otrosss, exigiendo que el gobierno les garantice una calidad de vida por encima de la del panameño común — quien, a su vez, lleva paaar de años comiéndose un cable.
Cuando la (im)productividad conlleva a la inestabilidad política y el atrofio social
Como hablábamos la semana pasada, el uso de la vivienda panameña como activo financiero, más la metástasis del interés preferencial (de ayuda social a socialismo corporativo), han hecho del “desarrollo inmobiliario” y sus actividades conexas — todo tipo de trámites oficiales, legales, y financieros — el sector con mayor peso en la economía panameña.
Desastrosamente pa’l país, son estos intermediarios, aquellos que andan taquillando en redes y todavía esperan salir en otra portada más de Mundo Social, los que, lento pero seguro, están quebrando nuestra res pública — empujando al panameño común hacia el autoritarismo populista que tanto valor ha destruido en América Latina.
No es una exageración decir que la sociedad panameña enaltece a la gente que más daño le hace: no sólo 1 de cada 3 panameños votaron por el dedazo del líder de una conspiración criminal internacional pa’ Presidente de la República, sino que, al menos los yeyos, les echamos flores a los que más extraen valor del recurso panameño sin que el Estado, ni sus ciudadanos, se beneficien del todo — en otras palabras, exactamente lo mismo que hacen Benicio, Genaro y el resto de mafiosos que, por algún motivo, a ellos sí los identificamos como tal.
¿Acaso los cholos no quieren ir al espacio también pue’?
Esta falta de criterio entre lo que vale la pena, y lo que no vale un carajo, tiene una contracara aún más desagradable. No solamente viven como jeques árabes los proxenetas de nuestra soberanía, sino que los panameños sistemáticamente menospreciamos a aquellos cuyas responsabilidades diarias son, supuestamente, las más importantes.
Gente que, en muchos casos, demuestra verdadera excelencia — hacen muy bien cosas que benefician al país — son tratados con desdén. Tanto así, que pensarías que en Panamá sobran, por ejemplo, médicos (generalistas), profesores, científicos, policías, terapeutas, enfermeros y personal de primeros auxilios, entre otros trabajadores “esenciales”, de la más alta calidad. Éste, de hecho, es el excelente capital humano panameño que de a vaina existe y, por ende, el que más nos urge forjar desde ya.
La excelencia nos vale
Regresando a los 5 minutos que pasé como docente, tuve la fortuna de empezarlos en mi alma mater. Una de las prendas que me dejó la experiencia fue re-conectar con varios de los profesores que me hicieron crecer, 20 años después de haber terminado la escuela. Fue aquí donde realmente entendí cómo un buen maestro es tan clave, no sólo pa’l desarrollo socio-emocional del joven, sino pa’l buen funcionamiento de la sociedad en general.
En particular, mi antiguo profesor de álgebra, quien estaba a sólo algunos años de poder retirarse, no veía el día de dejar de enseñar. En mis tiempos, este había sido uno de los más estrictos — gracias al dios en el que no creo, porque de otra forma, mi promoción y las aledañas hubiésemos crecido aún más malcriadas. Todavía recuerdo la intensa vergüenza que me hizo sentir, entre otras, cuando me putió frente a todo 6to Grado A por haberme burlado de la música que estaba escuchando una compañera, a quien había dejado llorando. Créanme que aunque de Baldor y demás no recuerdo casi nada, esa fue una de las lecciones más importantes de mi vida.
(por cierto, la vergüenza, como todos los otros sentimientos humanos, es una respuesta adaptiva, lo que quiere decir que la desarrollamos a través de siglos porque nos ayudó a sobrevivir y reproducirnos. Como la mayoría de la historia evolutiva de los sapiens ocurrió en grupo, sentir vergüenza es la manera en que aprendemos qué comportamiento es antisocial, idealmente, pa’ no repetirlo. Es por esto que la gente sin vergüenza, literal, pone en peligro a toda la tribu).
#bringbackshaming
Este profesor, quién había demostrado excelencia durante, mínimo, 25 años, no ganaba más que un abogado cualquiera en Bufete X. Lo mismo te podría decir de vari@s profesor@s, tod@s un@s cracks, que debían tener segundos y terceros trabajos pa’ poder darle a sus familias una vida estable de clase media.
Lo peor, sin embargo, y esto lo sentí en mis huesos, es que ser profesor panameño, en particular porque paga tan mal, te confiere estatus social — de las cosas más importantes pa’ cualquier ser humano — negativo, por lo menos en comparación con el que te confiere, digamos, ser el primer panameño en ir al espacio. Si había algo que yo sentía a diario como profesor, tanto dentro como fuera del colegio, era que mi trabajo, independientemente de mi esfuerzo, no valía nada.
Dicho de otra manera, no hay forma que siendo educador panameño, sin importar cuán bueno seas en tu oficio, vas a poder vivir bien (mucho menos orbitar la Tierra). Lo mejor que puede esperar un joven que quiera dedicarse a la docencia en Panamá es una vida cogía en estrés, con diferentes niveles de humillación diaria que soportar y, con mucha suerte, una educación de calidad un poco más barata pa’ sus hijos. Aunque hay varias razones por las que no aguanté ser profesor (o simplemente no di la talla) en ninguno de los colegios privados donde trabajé, la principal fue el palpable desprecio que nuestra sociedad tiene por la buena educación — en todo el sentido de la palabra — y por quienes la imparten.
Porque seas bueno jugando (vivo) no significa que el juego no vale tres
Obviamente, esto no solamente lo vemos en Panamá, pero especialmente en los países donde con más fuerza se arraigó el neoliberalismo. Por ejemplo, el Presidente de los EE.UU., Donald Trump, es multimillonario — un billionaire, ahora que ha encontrado la forma de monetizar la presidencia gringa como ninguno de sus predecesores: ¡criptomonedas! Si no termina siendo el presidente más rico de la historia, seguro lo será como ex-presidente.
Como “hombre de negocios”, sin embargo, Trump fue un magnífico fracaso, con multiples proyectos quebrando espectacularmente y dejándolo en la bancarrota veces varias. Solamente al vender los derechos del uso de su nombre, como en el caso del infame Trump Ocean Club, es que pudo mantener la apariencia de magnate, lo cual, patéticamente, no se debía más que al éxito de un reality gringo.
También tenemos los “barones ladrones” del Siglo XXI: Jeff Bezos, Mark Zuckerberg, Elon Musk y demás CEO’s con increíble poder, más que nada, gracias a sus respectivas fortunas. Pero por más que, digamos, Meta (compañía dueña de Facebook, Instagram y Whatsapp) haya comenzado con grandes expectativas sobre “conectar al mundo” y demás bienes a nivel de sociedad (hasta de especie), hoy hay buco evidencia que el consumo de sus productos, instalados en casi todos los móviles del planeta, es altamente tóxico, en particular pa’ adultos jóvenes y adolescentes en pleno desarrollo socio-emocional. Los trabajadores de esta compañía, algunos de los mejores pagados del mundo, son remunerados por una competencia que produce profundos daños sociales: generar la mayor cantidad de adictos posible — o como le dicen internamente, increase engagement.
La abogacía criolla, similarmente, se ha convertido en una competencia profesional sin ningún beneficio pa’l panameño común, siendo caritativo, y sumamente malsana pa’’ país como res pública. Ser el mejor abogado panameño no implica ser gran jurista, ni defensor de los más explotados, ni mucho menos alguien que, como mínimo, contribuya a construir instituciones democráticas, en vez de explotarlas con fines de lucro exorbitante — particularmente en un ambiente de escasez y precariedad.
Lastimosamente, la supremacía en la práctica legal panameña se mide, más que nada, por la cantidad de sociedades fantasmas que incorpores, barcos fantasmas que abanderes, clientes cuyo patrimonio (en muchos casos, botín) “protejas” y, en general, por lo que logres cobrar por explotar las leyes de la República — porque ahí ‘ta la plata, simple y sencillamente — en el proceso, haciéndole la vida al panameño común mucho mas jodida de lo que fuese si esta inútil competencia no existiese.
La plataforma panameña de servicios internacionales y sus descontentos
But the fact that the United States economy as a whole benefited did not mean that the average American benefited. They did not. And indeed, while the top 10% did much, much better in the US over the last 40 years, the top 1% even better, the top 0.001%, not only extraordinarily well, world leading well, but also had the money to capture the US politica…
Mientras tanto, profesionales que demuestran excelencia día tras día, quincena tras quincena, año tras año, de a vaina sobreviven. A pesar que lo que hacen es crucial pa’ cualquier sociedad que quiera progresar, educar a las próximas generaciones en Panamá no tiene mérito alguno y, por consiguiente, ninguna remuneración significativa. Tú literal podrías ser el mejor educador del patio — y no me cabe duda que mi prof. de algebra, junto con otro par más que tuve, en algún momento lo fueron — pero tu “techo” no sube de un asalariado relativamente bien pagado.
Obviamente, no estoy hablando de los sindicatos públicos, que deberían ser ilegales por su inherente conflicto de interés — aunque me queda claro que 1) si yo estuviese en su situación, probablemente cerraría calles igual que ellos, si en Panamá el estado te ignora a menos que lo jodas buco o le pagues prity, y 2) incluso en los sindicatos de profesores, seguramente, hay docentes excelentes, por lo que deberían ser conformemente remunerados.
¡Repito! Esto no es un ataque contra ningún individuo ni firma. Lastimosamente, no tengo que recordarle a nadie con conexión de internet lo que tanto los Papeles de Panama como los de Pandora le han hecho saber a todo el planeta: por más que en el patio la práctica sea 100% legal, la ley criolla facilita todo tipo de turbiedad, por lo que explotarla, especialmente en nombre de extranjeros, es la actividad que más factura y, consecuentemente, la que más talento, esfuerzo e “inversión” atrae. Al final del día, vender patria siempre ha sido el negocio local más rentable de todos, en particular pa’ nuestros “líderes”, por más que pa’l panameño común haya sido una tragedia pura y dura.
Lo que hay que hacer
La tragedia, sin embargo, parece estar muy cerca de su inevitable desenlace. Y es que, tal y como hemos visto en reiteradas ocasiones, la supremacía en competencias que no valen la pena, por más que sean “legales”, a largo plazo no le hacen bien ni a los individuos que participan en ellas, ni al Estado que las alcahuetea.
Pocos personajes históricos en América Latina, por ejemplo, son más reconocidos alrededor del mundo que Pablo Escobar, en gran parte, por la gigantesca fortuna que amasó siendo, literal, el mejor narcotraficante del mundo. Tanto nos impresiona la supremacía en cualquier competencia con tal que haga billete, que son al menos 5 obras culturales las que le hemos dedicado a uno de los más grandes HPs del Siglo XX, después de Hitler y Osama bin Laden.
De manera similar, como ya hemos discutido, el mexicano Carlos Slim hoy es idolatrado como el hombre más rico del mundo, pero ¿qué mérito tiene extraerle todo ese valor a un consumidor, de por sí pobre, y sumamente necesitado de buenas comunicaciones a precios competitivos, precisamente, en la era de las comunicaciones?
Democracia Mexicana (2000-2024), qepd: ¿Otra advertencia pa' que ignoremos los panameños? (1 de 2)
Dicen (diiiceeen) que si colocas a una rana en un recipiente con agua hirviendo, la rana se saldrá inmediatamente del mismo; pero si a la misma rana la metes en un recipiente con agua a temperatura ambiente y, paulatinamente, aumentas la temperatura, la rana no se percatará de los cambios y, eventualmente, morirá cocida.
Esto es una crisis existencial. Como ha demostrado el impactante declive de Gran Bretaña, si tus profesionales mejores pagados son intermediarios, y la actividad más lucrativa es la compraventa de activos que ya existen — mercados capitales, bienes raíces, etc — tu economía rápidamente se volverá como la inglesa: un incubador de negocios y personajes turbios, donde industrias estratégicas han sido reemplazadas por abogados, banqueros y brokers vendiéndose los mismos activos entre sí, inflando sus precios sin añadir nada a la economía real.
Tenemos lo antes posible que reformar la Ley de Sociedades Anónimas pa’, de una vez por todas, dejar atrás el capital que busca esconderse, “limpiarse” o chifear impuestos — lo que en inglés se categorizaría como sketchy-ass businesses. Una vez salgamos de las listas grises en las que estas roscas nos han metido, podremos empezar a atraer capital productivo, que genere no solamente empleos dignos pa’ miles de panameños, sino que produzca bienes y servicios de alta calidad pa’ un mercado doméstico con poder adquisitivo.
Y si, por más que deje la reputación de Panamá en la lama, seguimos prostituyendo nuestro código legal — porque en serio no vine a moralizar — que por lo menos la mitad de esa plata se use pa’ pagarles los mejores salarios del país a los panameños que realmente lo ameritan, en vez de pa’ que un par de intermediarios criollos puedan jugar a ser astronautas, o de alguna otra manera participar en el consumo conspicuo que tiene quebrado al país. Hoy más que nunca, debemos premiar con dinero y estatus social la verdadera excelencia: la que crea, la que educa, la que protege y la que sana.