La plataforma panameña de servicios internacionales y sus descontentos
o "Por donde lo mires, la 'industria' de la intermediación legal/financiera jode durísimo al país"
But the fact that the United States economy as a whole benefited did not mean that the average American benefited. They did not. And indeed, while the top 10% did much, much better in the US over the last 40 years, the top 1% even better, the top 0.001%, not only extraordinarily well, world leading well, but also had the money to capture the US political system and ensure that the policies were exactly what they wanted. - Ian Bremmer, “Who benefits from Trump's tariff wall?”, GZERO Media.
La semana pasada leí un artículo vía The Browser, sitio recomendado full, que me pareció acertadísimo en cuanto a su tesis: “Los países pequeños no deberían existir” (“Small Countries Should Not Exist”). Aunque Panamá no clasifica dentro de esta categoría, como verán próximamente, compartimos suficientes similitudes con aquellos que sí lo hacen pa’ que valiera la pena que los lectores de Versión Criolla tuviesen el corto ensayo (5 mins) en su totalidad. A continuación, la traducción del texto publicada con permiso del autor, seguido de algunas observaciones personales pa’ cerrar.
Las itálicas y los links son todos míos.
Los Países Pequeños No Deberían Existir
Publicado el viernes 4 de abril de 2025, 6:00 a.m en la revista digital 3 Quarks Daily por Thomas R. Wells del Instituto de Filosofía de Leiden, Países Bajos.
El Banco Mundial clasifica a 40 países como “estados pequeños” por tener una población menor a 1.5 millones. Algunos son tan pequeños como Tuvalu, con apenas 11,000 habitantes, y la población total combinada de todos apenas alcanza los 20 millones. Sin embargo, cada uno de estos países tiene “soberanía”, lo que significa que las organizaciones que gobiernan a las personas dentro de estos territorios gozan de derechos especiales y equidad bajo el derecho internacional — por ejemplo, para explotar los recursos dentro de su zona económica exclusiva, para votar sobre asuntos de importancia global en las Naciones Unidas, o para establecer sus propias regulaciones sobre impuestos corporativos y secreto financiero.
Esto es absurdo, y para nada inofensivo.
Los países pequeños no tienen sentido económico por sí solos, porque sus poblaciones son demasiado chicas para sostener los mercados a gran escala necesarios para la especialización, las economías de escala y, por ende, la productividad económica requerida para la verdadera prosperidad. La falta de oportunidades reales lleva a muchos de sus ciudadanos a querer emigrar. Por eso, la mayoría de estos países son muy pobres, simplemente porque sus fronteras se han trazado alrededor de una población demasiado chica.
Es cierto que algunos estados pequeños logran prosperar a pesar de su desventaja estructural. Pero, en general, las formas en que lo hacen no justifican su existencia.
La mayoría de los estados pequeños que prosperan lo hacen explotando lo único que tienen en abundancia: la soberanía legal que les otorga el orden internacional. Lo más evidente es que usan su derecho a establecer sus propias leyes para convertir delitos en oportunidades de lavado de dinero y evasión fiscal para multinacionales e individuos con grandes fortunas. Esto es parasitismo económico, ya que no aporta ningún valor real al mundo, sólo genera problemas al permitir que individuos corruptos (a menudo en gobiernos del "Sur Global") escondan el botín que han robado, lo que, a su vez, los incentiva a seguir robando — mientras obliga a otros gobiernos a subirle los impuestos a personas y actividades más difíciles de esconder en el extranjero, con todas las distorsiones e injusticias económicas que ello implica.
Por un lado, se entiende que esta estrategia tenga sentido para los estados pequeños, ya que literalmente no tienen otra ventaja competitiva. Por otro lado, al considerar desde un principio si son viables, el hecho que su estrategia de “nos beneficia a nosotros, pero perjudica a los demás” sea la única manera que tienen de prosperar, parece un buen argumento en contra de su existencia.
(Y sí, varios estados más grandes y territorios no soberanos también abusan de los privilegios que les otorga la soberanía, y eso también es algo negativo que debería terminar. Mi argumento se extiende fácilmente a los privilegios de territorios no estatales, como los diminutos restos del imperio británico. Si no pueden encontrar una forma de prosperar sin dañar al resto del mundo, entonces no merecen conservar su independencia política. En cuanto a países más grandes que participan en operaciones tipo paraíso fiscal — como los Países Bajos, Irlanda y Suiza [y Delaware y Wyoming en EE.UU.] — estos sí tienen economías reales más allá de sus actividades fiscales, y por tanto bien podrían prosperar sin ellas.)
Algunos estados pequeños han mejorado su situación al unirse a confederaciones más grandes, reduciendo así las limitaciones que sus fronteras políticas les imponen en cuanto al desarrollo económico (como es el caso de Luxemburgo, Malta y Chipre dentro de la Unión Europea). Sin embargo, que su tamaño lo compense marginalmente su viabilidad económica, en primera instancia, no justifica la creación de estados con tal desventaja estructural. La gente en esos lugares vivirían generalmente mejor si fuesen parte de países reales, mientras que los demás miembros de estas uniones también estarían mejor sin confederados cuya política de desarrollo económico se basa en vender acceso al mercado común europeo (lavado de dinero, pasaportes dorados, etc.); en socavar políticas comunes (Chipre y Malta han sido repetidamente señalados por ayudar a individuos y organizaciones a evadir sanciones internacionales); o simplemente dificultando que sus vecinos puedan financiar educación y salud al “competir” por medio de tasas de impuestos corporativos reducidas.
Venezuela es la advertencia que los panameños no nos cansamos de ignorar (2 de 2)
Y dentro de otros 30, otros 60, 90 años, estaremos todavía en el mundo como una empresa sólida y fuerte. Esa es la herencia que queremos dejar a nuestro país, a nuestras familias, y al mundo. - Ramón Fonseca Mora (qepd), socio fundador, Mossack-Fonseca
A menudo se afirma que los países pequeños son una evolución política natural, el resultado de un pueblo que exige un país propio. Este argumento es popular entre los que creen en naciones culturalmente coherentes y persistentes, que perduran y evolucionan con el tiempo, pero esto es una fantasía, ya que invierte el orden de los hechos. La evidencia es convincente que primero vienen las entidades políticas (gobiernos y fronteras) y luego surge la identidad. Todas las naciones que hoy se dan por sentadas como reales — ingleses, franceses, chinos, japoneses, y así sucesivamente — son producto de un proceso de tipo colonialista que terminó por convencer exitosamente a sus víctimas de que la historia de su sometimiento era, en realidad, la historia de su formación como nación. (James Scott lo expresa claramente — véase “Seeing Like a State”, capítulo 1).
El hecho que un grupo de personas sienta intensamente que son un pueblo distinto y particular no es especialmente interesante o significativo, ya que ese sentido de identidad es extremadamente moldeable. Si incluso las víctimas de una conquista literal pueden llegar a verse a sí mismas en los términos que convienen a sus conquistadores en sólo un par de generaciones, entonces cualquier persona puede llegar a verse como miembro de un estado-nación político normal en mucho menos tiempo (siempre que el gobierno los trate como ciudadanos y no como enemigos, es decir, hay excepciones como el caso de Timor Oriental). Así que la gente que vive en una parte de un país grande y se siente más conectada con algunos de sus vecinos que con otros, no tiene justificación real para exigir su propio estado sólo para gente como ellos, especialmente si resultaría en un estado demasiado pequeño para ser viable — salvo como una especie de empresa criminal.
También se dice a veces que los países pequeños son más sensibles a las necesidades de la población. Aunque puede ser agradable “tutear” a tu primer ministro o ver al canciller en tu gimnasio intentando bajar de peso, una vez más, el tamaño de la población hace poco probable que su gobierno sea realmente eficaz. Una población pequeña impone severos límites sobre la capacidad y sofisticación del gobierno, al igual que la economía. ¿Qué puede hacer el gobierno de un país pequeño para proteger a su población de una invasión, por ejemplo? ¿O para enfrentar las secuelas de un desastre natural? Tendría que pedir ayuda a alguno de los países verdaderos a su alrededor que sí han desarrollado esta capacidad adicional (“resiliencia”).
Nuevamente, la pequeñez es una desventaja estructural, no una ventaja. En este sentido, la economía es probablemente igual de vulnerable, ya que es tan pequeña, aunque a la vez demasiado grande (por estar sobredimensionada en un solo sector, como el turismo o la evasión fiscal), como para que el gobierno pueda hacer la diferencia en caso de una crisis.
Apuntes Criollos
Por más que a lectores regulares esto pueda sonarles “repetitivo”, hay un par de puntos que vale la pena resaltar del artículo anterior. Primero, el orden internacional donde la soberanía es sacrosanta — por si no has estado poniendo atención — se está desmoronando en tiempo real. Ya no podemos contar con Estados Unidos como garante de nuestra seguridad, ni con el Consejo de Seguridad de la ONU como árbitro (que igual sólo lo fue marginalmente). Hoy estamos a la merced de los grandes grupos criollos (y multinacionales) que han secuestrado nuestra economía y, como si no fuese suficiente castigo pa’l panameño común, el hombre más poderoso del mundo, que probablemente también sea el más errático, le tiene el queso a nuestro altamente estratégico pedacito de istmo centroamericano.
¿O tú crees que sólo con Groenlandia se van a quedar tranquilos los gringos, con o sin Trump?
Esta es otra amenaza considerable que enfrentamos, precisamente, por dejar que el Estado panameño se use — en vez de pa’ construir instituciones democráticas robustas y duraderas y pa’ invertir en nuestro capital humano — pa’ crear las mismas fortunas irrisorias que hoy día desestabilizan nuestra sociedad y vulneran nuestra res pública. Además de atrofiar la economía local — como menciona el articulo, porque una sola industria acapara la mayoría del los recursos del país, asfixiando todas las demás — nos deja demasiado expuestos ante cualquier crisis que reduzca la “inversión extranjera”.
Segundo — y espero que no te valga, porque nos está afectando seriamente — somos cómplices de la desigualdad que ha azotado a los países occidentales desde el “establecimiento” de la Era Neoliberal, poco después de la implosion de la Unión Soviética. Después de décadas en que la propiedad de activos (tierra, instrumentos financieros, etc) generaran ingresos órdenes de magnitud más grandes que aquellos procedentes del trabajo (salarios, “camarones”, etc.), los países de Norteamérica y Europa se encuentran, también, intensamente divididos entre sí, todos amenazados por el cancer populista que eventualmente desata la desigualdad.
Incluso Alemania, por muchos años un oasis de productividad y estabilidad política — además de un milagro posguerra — hoy día tiene partidos populistas, de izquierda y derecha, amenazando con llegar al poder democráticamente. Esto es exactamente el problema que exacerba nuestra “industria” de la intermediación, dígase, la plataforma de servicios internacionales y, un poco más río abajo, el negocio redondo de la mancuerna Capac-Suntracs.
"¿Mami, por qué hay sociedades que quieren ser anónimas?" De leyes criollas, listas negras y la bendita plataforma (1 de 2)
Who would let you play God And make-believe that all the blasphemy Is coming only from me? - Father John Misty, "Well, You Can Do It Without Me" (2012)
Tengo que admitir que, como buen panameño — o simplemente como un sapien cualquiera — esto no me importaría tanto si nos beneficiásemos todos, idealmente por igual, de la venta pura y dura de nuestra soberanía. Al final del día, hasta los “parásitos” tenemos que sobrevivir, ¿tú sa’e? Más que este tipo de “prostitución soberana” no solamente se practica acá, sino en rantan otros sitios alrededor del mundo.
El problema, sin embargo, es que el valor extraído por esta rosca, al menos en Panamá, solo ha beneficiado a un grupo selecto de clanes/intermediarios criollos — Mossack-Fonseca, por cierto, era sólo la punta del iceberg, los awebaos que se dejaron hackear. Son estos mismos grupos quienes hoy controlan el Estado panameño, más que nada, pa’ que sus enormes ingresos persistan a pesar del inmenso daño que nos hacen como país — y a los contribuyentes de países alrededor del mundo, incluso algunos de los más pobres.
Finalmente, tenemos que entender que si queremos desarrollar la resilencia que necesitan todos los países de verda’, especialmente en este “nuevo orden mundial”, es necesario que acabemos con el estatus quo actual, especialmente en cuanto a nuestro marco legal. La nación panameña no sólo existe — por más que su identidad sea compleja y hasta contradictoria, y que hoy esté más dividida que nunca — sino que goza de múltiples maneras de prosperar.
Como nunca antes, entonces, los panameños tenemos que recuperar el control sobre nuestros propios recursos — igual que hicimos el 7 de septiembre de 1977 — pa’ defender como podamos la prosperidad nacional de cualquier desastre inminente, sea natural o echo por el hombre (naranja).