Venezuela es la advertencia que los panameños no nos cansamos de ignorar (1 de 2)
o "Cuando la pary de algunos deja sin país a todos"
It is difficult to get a man to understand something, when his salary depends on him not understanding it.
-Upton Sinclair
No ha sido fácil ver lo que está pasando en Venezuela. Creo que lo más duro de todo este episodio – el más reciente en una tragedia que lleva desenvolviéndose en cámara lenta por los últimos, al menos, 15 años – ha sido ver como la esperanza de mis amigos venezolanos (la cual, confieso, siempre me pareció irracional, pero así somos los sapiens) se ha esfumado casi por completo.
La represión del régimen chavista, el cual controla tanto la economía como las armas, ha sido brutalmente efectiva en suprimir las protestas contra lo que fue, no me cabe la menor duda, fraude electoral grandes ligas – que, además, no es la primera vez que pasa en la República Bolivariana.
Nadie sabe exactamente que pasará, pero dado lo atrincherado que está el régimen de Maduro, más el apoyo que ha recibido, no sólo históricamente de Cuba (dictadura que pronto cumplirá 65 años, pa’ que tú sepa’) sino de Rusia, China e Irán, autocracias expertas en reprimir a sus respectivas poblaciones, yo no estoy muy esperanzado.
Por otra parte, no puedo dejar de pensar que los mismos amigos que tanto quiero tuvieron al menos algo que ver en el Estado fallido que hoy es su país. Obvio, ellos personalmente no, ya que cuando el boom petrolero estaba en su pico, mis amigos eran niños todavía. Sin embargo, según me cuentan varios, la vida de sus familias antes que llegara Chavez al poder era una de lujos faraónicos: viajes a Miami en jet privado pa’ ir de shopping, paseos a Los Roques en yate y bacanales en mansiones de Altamira sin pensar dos veces en la cuenta.
La verdad es que dudo mucho que mis amigos o, mejor dicho, sus padres y el resto de los adultos de su entorno, alguna vez se preguntaron: ¿cómo así tenemos tanta plata, especialmente en un país tan pobre?, o ¿cómo así nuestra actividad económica genera tanto dinero, mientras que la gente que hace lo mismo en otras partes del mundo no tiene jets privados, ni yates, ni mansiones, ni mucho menos?
Porque, efectivamente, mientras Venezuela nadaba en petroleo – y lo cierto es que una parte no insignificante de la población se beneficiaba a cuentagotas (trickle-down economics) – la grandísima mayoría del valor extraído del subsuelo venezolano se quedaba en la pura punta de la pirámide socioeconómica.
Lastimosamente, este tipo de introspección no es la naturaleza del ser humano. Por el contrario, lo que la gran mayoría de los panameños hubiésemos hecho en la misma situación (y lo que muchos hacemos actualmente) es auto-convencernos que, obviaww, todo esto nos lo merecemos.
Ningún millonario sospecha que su fortuna le llegó por suerte, por más que las palabras sean sinónimos, aunque simplemente sea la suerte de vivir en un país donde la plata literal salía del suelo; y lo último que al menos yo quiero pensar, es que una de las consecuencias de mi estilo de vida es que el resto de mis compatriotas, a pesar del recurso único que compartimos, seguirán atascados en la ignorancia y la falta de oportunidades.
Creo que esta cita en el diario argentino La Nación captura perfectamente el sentido de desgracia que sienten tantos venezolanos cuando miran hacia atrás: Éramos felices y no lo sabíamos.
Y aún así, por más inútil que parezca, le repito a cualquier panameño que quiera escucharme que vamos por el mismo camino que Venezuela: un país que se sacó la lotería geológica (nosotros, la geográfica y la geo-política), pero que, debido a la desigualdad que ha caracterizado a nuestra región desde que se fundaron sus repúblicas independientes, ésta se concentró, en su grandísima mayoría, en aquellas familias que ya eran dueños del (o tenían acceso privilegiado al) recurso nacional.
Esta concentración de plata y poder – especialmente cuando la bonanza petrolera cesó abruptamente pero los sifrinos seguían como si la pary nunca se fuese a acabar – engendró el profundo descontento ciudadano que llevó a la Presidencia de Venezuela, democráticamente, a un militar ex-golpista, quien terminó siendo otro en la infinita lista de populistas autoritarios (o dictadores) latinoamericanos.
También produjo, en muchísimos venezolanos, un intenso resentimiento social en contra de aquellos que vivían, a todas vistas, como realeza europea mientras las masas se comían un cable. Tanto así, que aunque hoy son relativamente pocos, tienen el aparato estatal detrás de ellos, y prefieren ver a su propia patria arder antes de regresársela a los “ladrones” que, en vez de invertir la bonanza petrolera en el capital humano del pueblo venezolano, decidieron mejor vivir de sus rentas como rich & famous.
La “Venezuela Saudita”: tragedia única, enfermedad común
La historia “oficial” de los sucesos que le he escuchado a muchos venezolanos, tanto en Panamá como en el extranjero, va mas o menos así: había una vez un país donde se vivía bien y las cosas iban de maravilla, donde el que quería, podía salir adelante a punta de trabajo e ingenio. Sin embargo, a finales de los ‘90, llegó una víbora a aprovecharse de la ignorancia de los pobres y del resentimiento social de aquellos que, por perezosos, querían que todo que se lo diera / hiciera el gobierno. De ahí, el país se fue pa’la ya tu sabes dónde, y mi familia tuvo que “emigrar” a Miami (o a Madrid, PTY, etc.)
¿Te suena?
Lastimosamente, la raíz de la ruina venezolana es muy similar al problema medular que tienen Panamá y la gran mayoría de los países alrededor del mundo con la “suerte” de ser ricos en recursos – especialmente, cuando estos recursos son explotados antes que se haya consolidado una democracia sólida y verdaderamente representativa en el país (lo que en nuestra región ha sido la excepción, si es que ha existido del todo).
Como describe el Consejo de Relaciones Exteriores, o Council on Foreign Relations (CFR), un grupo independiente, no partidista de expertos con su propia editorial, Venezuela es el ejemplo perfecto de un petroestado, donde el país se vuelve adicto a la venta de recursos naturales, en detrimento de otros sectores económicos. Según el CFR:
Petroestado es un término informal que se utiliza para describir a un país con varias características interrelacionadas: los ingresos del gobierno dependen, en gran medida, de la exportación de petróleo y gas natural; el poder económico y político está altamente concentrado en una minoría [élite, si quieres]; las instituciones políticas son débiles e irresponsables; y la corrupción es endémica […].
Se cree que los petroestados son vulnerables a lo que los economistas llaman la “enfermedad holandesa” (Dutch disease), un término acuñado durante la década de 1970 después de que Países Bajos descubriese gas natural en el Mar del Norte.
En el país afligido, un fuerte apunte de los recursos atrae grandes flujos de capital extranjero, lo que lleva a una apreciación de la moneda local y a un aumento en las importaciones, que ahora son comparativamente más baratas. Esto absorbe [o sea, resta] mano de obra y capital de otros sectores de la economía, como la agricultura y la industria manufacturera, que los economistas dicen son más importantes para el crecimiento y la competitividad [conocido en inglés como crowding out effect].
A medida que caen las industrias [de cualquier cosa que no sea extracción de hidrocarburos], el desempleo aumenta y el país puede desarrollar una malsana dependencia a la exportación de recursos naturales. Las economías de los petroestados quedan entonces muy vulnerables a las impredecibles oscilaciones de los precios mundiales de energía, y a la fuga de capitales.
La llamada “maldición de los recursos” [resource curse] también afecta la gobernanza. Dado que los petroestados dependen más de los ingresos por exportaciones y menos de los impuestos, a menudo existen vínculos débiles entre el gobierno y sus ciudadanos [mis énfasis]. [Además, los gobernantes] pueden utilizar la riqueza de los recursos del país para reprimir o “comprar” a la oposición política.
Venezuela descubrió su espada de doble filo en 1922, en plena dictadura de Juan Vicente Gomez. Pa’l final de la década, era el segundo productor de petroleo del mundo, detrás sólo de EE.UU., y pa’ la muerte de Gomez en 1935, ya la “enfermedad holandesa” se había esparcido por toda la economía política venezolana. No solamente se disparó el bolívar, encareciendo todo lo demás que se producía en el país – desincentivando de esta manera la producción nacional al punto de desaparecerla – sino que la extracción de hidrocarburos había eclipsado casi por completo al resto de las actividades económicas locales, acaparando más del 90% de las exportaciones.
Lo que muchos veían como maná divino del cielo, eventualmente se convertiría en un tumor, creciendo sin mesura mientras el resto de la economía venezolana y, aún más clave, su fuerza laboral, se atrofiaba frente a la escasez de capital y trabajadores que no fuesen ingenieros petroquímicos (o algo por el estilo).
Ojo, hubo síntomas a lo largo del camino que apuntaron claramente a que algo estaba podrido en el Estado de Venezuela. En 1958 se establece la democracia en el país bajo el Pacto de Puntofijo, un sistema que limitaba el poder a dos partidos políticos. A pesar de la “estabilidad” que trajo, la corrupción se enraizó en el Estado, mientras que la mayoría de la población era sometida a los ciclos de alza y caída del precio del petróleo (boom & bust cycles), una verdadera montaña rusa financiera que, no me cabe la menor duda, debió ser “divertidísima” pa’ los que seguían clavados en la pobreza – a pesar de todas esas “lluvias de divisas” que caían del cielo, proyectadas hasta allá desde el subsuelo venezolano con la fuerza de un millón de géisers.
La situación explotó en 1989 cuando el Presidente Carlos Andrés Pérez implementó las reformas económicas promulgadas por el “Consenso de Washington”, del cual hemos hablado anteriormente, provocando el infame Caracazo. Una serie de disturbios que dejó miles de muertos, el evento destruyó la imagen de Venezuela como un estado democrático funcional donde los inversionistas extranjeros podían venir a hacer negocios.
Por cierto, panameño, ¿te acuerdas del Suntracsazo del año pasado?
En 1992, Hugo Chavez, que hacía una década había fundado el “Movimiento Bolivariano Revolucionario-200”, y abiertamente criticaba al gobierno desde su posición en la Academia Militar, intenta el primero de sus dos golpes de Estado, ambos fallidos, pero que lo convirtieron en un héroe para millones de venezolanos.
La creciente popularidad de Chavez, más el rechazo popular (cada año más fuerte) del estatus quo, fueron simplemente otro par de síntomas ignorados por aquellos que seguían extrayendo rentas a manos llenas. Seguramente, andaban muy ocupados corriendo por las tiendas de Dadeland, cuales pavos reales recién decapitados, gritándole a cualquier vendedor que los escuchase: ¡damedós!, ¡Damedós!, ¡DAMEDÓS, VALE, QUE ‘TA BARATOOO!
Eventualmente, luego de ser liberado por indulto presidencial, Chávez fue elegido presidente en 1998, prometiendo acabar con la corrupción y abrir el sistema político, un mensaje que resonó fuerte entre la población (sabrá Dios por qué). Después de décadas de creciente desigualdad y una eventual crisis económica que pondría de rodillas al país, el tumor, oficialmente, hizo metástasis.
Con el 56% de los votos, el mayor porcentaje de cualquier partido político venezolano en más de 40 años, la contundente victoria del “Socialismo del Siglo XXI” marcó el inicio del fin de una economía que, por varios años, había sido un imán de inmigrantes, especialmente de Europa y Sudamérica, buscando la esperanza de una mejor vida.
Pa’ aquellos que lo lograron y llegaron a formar parte de una clase media relativamente robusta – pero que, igualmente, tuvieron que dejarlo todo atrás, como ya han hecho más de 7 millones de sus compatriotas – debe ser especialmente doloroso ver como lo que construyeron a punta de esfuerzo y sacrificio es destruido frente a sus ojos por la “Revolución Bolivariana”.
Este flagelo, estoy seguro, poquísimos venezolanos pudieron habérselo imaginado cuando Chavez fue electo por primera vez, por más que, al menos en retrospectiva, haya sido el resultado lógico de décadas de mal manejo económico, falta de inversión (especialmente en capital humano) y el consumo despilfarrado de una élite que nunca sospechó, siquiera, que jamás volverían a gozar de semejante fortuna.
Eramos felices y no lo sabíamos, ¿repetiremos los panameños la tragedia venezolana?
Una de mis películas favoritas sobre la Crisis Financiera Global (CFG) de 2008 es “Too Big Too Fail”, basada en el libro del mismo nombre por Andrew Ross Sorkin, galardonado reportero y editor de finanzas y negocios pa’ varios medios de renombre mundial. En una de las escenas más dramáticas del film, la vocera de Hank Paulson, Secretario del Tesoro estadounidense en plena crisis, le pregunta a su jefe y al resto de su equipo cómo le iba a explicar a la prensa lo que acababa de suceder.
La aseguradora más grande el planeta, American International Group (AIG), estaba a unas cuentas horas de la insolvencia e iba a tener que declararse en bancarrota. El clip a continuación empieza hacia el final de la escena (3:37), cuando la vocera cae en cuenta que, de quebrar, AIG traería abajo todo el sistema financiero mundial – por haber asumido demasiado riesgo asegurando activos que, efectivamente, ya valían tres sacos de tu tubérculo favorito.
Por si acaso no te sirve el video, Paulson le responde a su vocera que, básicamente, la razón por la cual la economía mundial, y tal vez la civilización humana, estaban por desplomarse, era porque los que más se habían beneficiando de la pary, incluyendo el mismo Paulson, entonces CEO del banco de inversión Goldman Sachs, estaban haciendo demasiada plata.
Este es un ejemplo de como el arte puede “explicar” mejor que cualquier economista la raíz de aquella crisis (que en Panamá, como si no tuviésemos suficiente suerte, de a vaina se sintió). La escena encapsula magistralmente lo irracionales, cortoplacistas y tribales que somos, incluyendo (tal vez, especialmente) los dueños y ejecutivos de las empresas más rentables del mundo.
Cuando las cosas van mal, nadie admite ser culpable. Por otra parte, el que está facturando más duro que un puño de Durán al mentón mientras el mundo a su alrededor se viene abajo, seguramente no se de por enterado hasta que ya todo, incluso su propio patrimonio, esté envuelto en llamas (aunque creanme que muchos de esos patrimonios, extraídos en Panamá, ya están fuera del país).
La tragedia de Venezuela es un doloroso pero oportuno recuerdo pa’ todos los panameños, pero especialmente pa’ los que podemos hacer algo al respecto, que como seres humanos no buscamos imparcialmente “la verdad”, sino que razonamos motivados por nuestros propios intereses, es decir, racionalizamos. Con tal que por acá ‘temos cool, estamos dispuestos a ignorar cualquier tipo de disparate. Además del Suntracsazo, ya hemos normalizado una lista de vainas que en cualquier otra situación veríamos como inaceptables.
¿El Presidente de la República es puesto por un prófugo de la justicia panameña?
Capaz y ‘tamos cool.¿Crimen organizado y narco-diputados en la Asamblea?
Capaz y ‘tamos cool.Sicariato en el Corredor, el aeropuerto y quién sabe dónde mas, a plena luz del día?
Capaz y ‘tamos cool.¿Una mina que por seis años operó inconstitucionalmente?
Capaz y ‘tamos cool.¿Casas de interés social de $120,000?
Capaz y ‘tamos cool.¿La peor desigualdad del la región?
Capaz y ‘tamos cool.¿La mano de obra más cara y menos productiva de Latam?
Capaz y ‘tamos cool.¿Multinacionales extranjeras controlan nuestros puertos aéreos y marítimos?
Capaz y ‘tamos cool.¿Un par de grupos económicos generan ingresos estratosféricos, mientras que tanto el Estado como el ciudadano panameño están endeudados hasta la zapatilla?
Capaz y ‘tamos cool.El perro guardián de Mussolini criticando a Maduro, cuando a su dueño lo hospeda probablemente el único líder regional más tiránico que el de Venezuela?
Capaz y ‘tamos cool.
Así como los sifrinos también pensaron, erradamente, que capaz y ‘taban cool, los yeyos hemos justificado nuestra inacción (y falta de auto-crítica) con el ¿qué culpa tengo yo?, que el pueblo sea ignorante, que los panameños sean unos perezosos, que los políticos sean unos corruptos, etc. Este autoengaño colectivo fue lo que permitió que la corrupción y la podredumbre se arraigara en toda sociedad venezolana, desde la crema y nata (como par de veces los escuche auto-referirse) hasta la calaña política más baja, y es exactamente lo que está pasando en Panamá hoy.
Aunque técnicamente no somos un petroestado, tenemos todas las características de uno, con la diferencia que, en vez de exportar hidrocarburos, exportamos “protección patrimonial”. Como he explicado en ediciones anteriores, la mancuerna Capac-Suntracs es la sepa local de la “enfermedad holandesa”, pero la próxima semana profundizaremos más sobre este particular virus, y la amenaza que posa pa’l país – uno donde, lastimosamente, la única manera de ser económicamente productivo es como intermediario.
Así es el PTY vivimos en una burbuja de bienestar del "qué hay pa mi" hasta que se acabe la plata que de por si ya estamos en la cuerda floja.