Cuando nuestros líderes disfrazan las decisiones políticas de "necesidad económica"
o "Cómo funciona la economía panameña, versión criolla, séptima parte"
Toda economía, incluyendo la nuestra, es una economía política. De una u otra manera, como sociedad hemos elegido, y seguimos eligiendo, cómo hacer uso […] de la nueva riqueza que resulta del crecimiento económico. Por supuesto, cuando digo "como sociedad", me refiero a las personas que ejercen un poder efectivo sobre las decisiones que toma una sociedad. - Kurt Andersen, "Evil Geniuses: The Unmaking of America, A Brief History"
Con cada día que pasa, más evidencia vemos de lo podrida que estaba otra administración más de las que nos han gobernado desde el regreso de la democracia – o sea, desde hace long pero looong time.
Pero así como la kleptocracia de turno hoy quiere que sepamos (por medio del monomaníaco diario La Prensa), hace 5 años no parábamos de escuchar, de aquellos que entonces acababan de subir al poder, lo corrupta, inepta e irresponsable que había sido la administración precedente de Juan Carlos Varela. Según ellos (algunos grandes amigos míos), del Tortugón pa’bajo debían ir todos pa’l paredón, por la ruina en la que habían dejado el Estado panameño.
¿Te acuerdas?
Pero aunque no tengo problema en elogiar a la actual administración, especialmente en materia de transparencia (por más selectiva y políticamente ventajosa que sea), un par de noticias esta semana, y en particular la manera en que han sido cubiertas, me han dejado clarito que, mucho más allá del clientelismo político, nuestro problema medular sigue siendo la captura del Estado por algunas compañías, locales y extranjeras, que de esta manera extraen rentas económicas pa’ su propio beneficio, a expensas del resto de los panameños.
Tanto así, que después de 10 años y más de $860 millones en “subsidios”, no solamente seguimos con una mano de obra arrocera improductiva, sino que los molinos de arroz (es decir, el capital de la industria) siguen generando ingresos sustanciales pa’ sus dueños, a pesar que no producir valor alguno – y los miembros de la Clase Media Amplia (CMA), trabajando 24/7, ni cuenta se dan.
Ahora, confieso que no me queda claro si lo que tenemos en Panamá son arroceros rascándose la chácara, o molineros embolsándose la mayoría de un subsidio estatal, pero tampoco me cabe duda quiénes son los que salen perdiendo: los asalariados, emprendedores y dueños de pymes.
Por ejemplo, este particular subsidio – como lo describió el Ministro de Comercio e Industrias, “a un producto que realmente no existe en el mercado”, el cual, además (al menos hasta donde entiendo), estuvo vigente durante tres gobiernes diferentes – representa valor crónicamente extraído de 1) los contribuyentes, quienes costean la grandísima mayoría de estos subsidios (o, eventualmente, de la deuda que nuestros gobiernos emiten pa’ darlos), y 2) el consumidor, quién podría conseguir arroz más barato si el mercado fuese verdaderamente libre.
Por un momento, piensa en todo lo que pudimos haber hecho como país con $86 millones cada año por una década. Como mínimo, con esa plata habríamos podido:
“jubilar” a la mitad del MEDUCA, o sea, a los que no hacen un carajo más que cobrar,
subirle el salario a la otra mitad, o sea, los que verdaderamente sirven al estudiante panameño, y/o
contratar a personal docente (tanto local como extranjero) con las mejores cualificaciones.
De haber hecho esto, tal vez, ya hubiésemos podido salir del hueco de ignorancia y falta de oportunidades en el que llevamos atascados por generaciones.
Pero qué va, todo parece indicar que los panameños hemos decidido “como sociedad” que el gasto público – además de pa’ que’l pobre no se muera de hambre en la calle, y mas na’ – es pa’ garantizarle los grotescos márgenes a un par de grandes grupos económicos.
Aparentemente, también hemos decidido (aunque la real, a mi nadie me preguntó) que este gasto, esencial pa’ cualquier país, ¿lo vamos a financiar con deuda? Pero si en Panamá, al menos desde el 2000, ¡no ha hecho más que llover divisas!
Esta decisión política – emitir deuda pa’ financiar las inversiones críticas en capital que Panamá necesita pa’ progresar, en lugar de exigir lo que le corresponde al Estado por la explotación (privada) del recurso nacional, precisamente, pa’ hacer estas inversiones – ha sido disfrazada desde ya hace varios años por nuestro líderes, tanto políticos como corporativos, como una necesidad.
Este cuento le ha costado al país más que cualquier malversación de fondos públicos, incluyendo el uso del Estado pa’ pagar favores y/o comprar “lealtad” política, como han hecho todos nuestros gobiernos, probablemente, desde 1903. Al final del día, quién carga con la mayoría del peso de la deuda soberana es la clase media, la cual carga, además, con crecientes deudas privadas.
Efectivamente, los panameños nos estamos endeudando pa’ que los dueños y ejecutivos de estas empresas, que ya de por sí explotan los recursos del Estado sin pagar por el beneficio, vivan #blessed de las rentas extraídas, garantizando que el valor que genera el recurso nacional no se invierta en nuestro capital humano, pa’ que ahí se quede – tranquilito y sin manifestaciones, ¿ah? – en la informalidad y la incompetencia.
El escándalo…¿del IFHARU?
Desde la semana pasada, la indignación colectiva se ha asentado sobre el pecho de muchísimos panameños gracias a los titulares que (día a día, a cuenta gotas, para mayor efecto) ha publicado La Prensa sobre el caso de los “auxilios económicos”. Entre todo este drama, sin embargo, la noticia más importante relativa a Panamá pasó desapercibida.
Copa Holdings, multinacional que cotiza en el New York Stock Exchange (NYSE), reportó “un impresionante margen de beneficio bruto del 41,96% en los últimos doce meses a partir del segundo trimestre de 2024, lo que refleja su eficiencia y su fuerte poder de fijación de precios”.
Ahora, yo no estudié business ni tengo MBA, pero sí tengo wifi y pude buscar lo que significa “margen de beneficio bruto” – en cuanto a qué significa “poder de fijación de precio”, no lo voy a tocar en esta entrega, pero díganme los emprendedores y dueños de pymes del patio, ¡qué cool sería cobrar lo que te da la gana por tus productos y servicios! ¿Sí o qué?
Según efficy.com:
El margen bruto es un ratio [una relación] que mide cuán rentable es tu empresa. Representa el porcentaje de ingresos totales por ventas que tu compañía retiene [mi énfasis] después de incurrir los costos directos asociados con la producción de los bienes y servicios vendidos.
En pocas palabras, por cada dólar que Copa gasta, “genera” casi 42 centavos pa’ sus accionistas. Donde la multinacional le extrae a la CMA panameña, es en los “costos directos asociados con la producción de los bienes y servicios vendidos”; es decir, el costo de un vuelo que conecta por Panamá no lo paga todo la compañía, sino que recae de manera sustancial sobre el contribuyente panameño, quien además es el que pone la parte crucial del producto/servicio de Copa: la conexión en Tocumen.
Pa’ que tengas una idea, la media de la industria de la aviación en cuanto a este margen es del 8 al 12%, o sea, la aerolínea promedio genera entre 8 y 12 centavos por dólar gastado, en comparación con los casi 42 centavos de Copa. Incluso aerolíneas de bajo costo como Ryanair o Southwest Airlines, conocidas por su eficiencia y modelos de negocio agresivamente rentables, tienen márgenes de beneficio bruto entre el 20 y el 30%.
Ni siquiera una naviera global como Maersk – con márgenes de entre 15 y 25%, en una industria que, de hecho, se ha consolidado tanto que pa’ la pandemia básicamente secuestraron el comercio internacional – se le acerca a Copa en términos de rentabilidad.
Pa’ ver márgenes copaezcos, tienes que irte a la industria ferroviaria en EE.UU., donde las empresas no solamente operan los trenes, sino que también son propietarias de la infraestructura por la que circulan, es decir, de los miles de kilómetros de carriles de tren a lo largo del continente norteamericano.
Similar a como nuestra supuesta “aerolínea nacional” tiene el uso exclusivo del aeropuerto de Tocumen (PTY) como puente aéreo, el control que tienen las líneas de trenes gringas sobre la infraestructura crítica les permite fijar precios y operar con poca competencia, manteniendo de esta forma sus extraordinarios ingresos. Union Pacific Railroad, por ejemplo, alcanza márgenes brutos de entre 35% y 45%.
Los que han leído Versión Criolla desde el principio conocen bien esta dinámica. No obstante, cabe resaltar que PTY no solamente es nuestro (o sea, nos pertenece a todos, no namás a una persona), sino que los panameños hemos pagado considerablemente por construir, mantener y expandir el aeropuerto, inter alia, a punta de deuda.
Me vas a decir, entonces, que también hemos decidido “como sociedad” hipotecar el futuro del país, ¿pa’ que los accionistas de Copa se queden con toda la utilidad que genera (después del Canal) nuestro principal activo estatal? ¿Acaso conoces alguna empresa, local o extranjera, que tenga el uso exclusivo de la Avenida Balboa pa’ hacer sus entregas? Estoy seguro que buco compañías panameñas matarían por tener semejante privilegio, especialmente después de la pandemia, cuando el Gobiernito dejó que varias quebraran miliii, destruyendo negocios totalmente viables y millones de dólares en valor económico, porque, pana, no hay plataaa.
Pa’ que me entiendas, la daga que el PRD le clavo al país – esta vez, porque han sido 3 gobiernos civiles y más 30 años de dictadura militar – no fue usar el IFHARU de alcancía personal de sus miembros; ni si quiera fue la firma del nefasto contrato minero (aunque lo hubiese sido de no ser por su anulación); fue más bien haber vendido patria, renovándole por otros 25 años las onerosas concesiones portuarias a Panama Ports Company (PPC). Es precisamente este tipo de decisiones, las que ceden los recursos más valiosos del país a intereses privados ajenos a la gran mayoría de los panameños, las que nos tienen ahogándonos en deuda.
Entonces, ¿cuál es el verdadero escándalo? Porque – aunque el saqueo del IFHARU por el favoritismo (y egoísmo) político de un partido particular, definitivamente, es razón suficiente pa’ mandar a toda su cúpula, como decía mi amigo, “directo al paredón” – en mi opinión es, ni más ni menos, otro ejemplo más del clientelismo que ha practicado cada uno de nuestros gobiernos.
Por si ya lo olvidaste, el Programa de Ayuda Nacional (PAN) repartió tandas de fondos públicos durante el régimen de Mussolini a sus allegados. Algunos de ellos, todavía, tienen el poder de decidir no solo cómo se usa, sino de cómo se recauda el tesoro nacional.
Ahora, entiendo perfectamente y en general comparto la profunda consternación expresada por la (limitada pero importantísima) sociedad civil panameña en cuanto a la malversación de fondos del Estado – por lo que nos urge reformarlo – pero tenemos que saber que si Panamá está por quebrar, no es porque gasta plata que no tiene, sino porque gasta plata que no cobra.
En este sentido, apreciaría sinceramente que más miembros de la sociedad civil, en particular la “libre prensa”, hiciera el mismo chiquishow (justo y necesario) cuando los que se enriquecen de la teta del Estado son compañías privadas. Este deseo, por cierto, no nace necesariamente de la injusticia o falta de objetividad con la que tantos medios locales presentan la realidad nacional, sino de un sentimiento de responsabilidad fiscal.
El clientelismo – expresado tanto en la abultadísima planilla del Estado como en todo tipo de subsidio repartido, por presidentes y hputados, como les ha venido la reverenda – es una de las principales razones por la que nuestra deuda soberana ya sobrepaso la luna. Pero la otra cara de esta misma moneda, pa’ que tu sepa’, es la falta de recaudaciones por nuestro Estado capturado.
¡Tuvo wena la pary! Y ahora ¿quién paga?
Además de que culpemos al gobierno anterior por todos los males que vive hoy el país, el perro guardián de Mussolini quiere que ‘temos claros que Panamá no tiene en que caerse muerto. “No hay ningún numero que no esté en rojo”, nos dijo hace unas semanas, justo después de prometer, cual reina de carnaval, más plata en el bolsillo del pueblo.
Correspondientemente, al nuevo Ministro de Economía le toca la poco envidiable tarea de recortar el gasto público y, más importante aún, recuperar el crecimiento económico, es decir, subir el PIB pa’ que haya “plata en la calle”. Pero ¿sobre las espaldas de quiénes se van a hacer estos recortes? Y de dónde le van a inyectar a la economía nacional los dólares que la “contención del gasto” le quitará?
Porque te recuerdo que, aunque demasiados de nuestros impuestos se botan a la basura en subsidios, la gran mayoría de esta plata, al menos, se queda en Panamá y se gasta en comercios locales; mientras que una parte importante del dinero que no le entra al Estado panameño por la explotación privada de sus recursos, se la gastan fuera del país los dueños y ejecutivos de las empresas extractoras (incluyendo con el que mi familia me pagó la U en gringolandia).
El hecho que tan poco del valor extraído del recurso nacional se haya utilizado pa’ financiar las gigantescas inversiones de capital que el Estado panameño ha llevado a cabo en los últimos años, y que se haya, por consiguiente, “tenido” que recurrir a la deuda pública, no tiene absolutamente nada de natural. Es el resultado, más bien, de la captura del Estado por intereses económicos privados. Esta dinámica, por cierto, es una de las características más sobresalientes de la “enfermedad holandesa” que acabó con el petroestado venezolano, a la cual regresaremos próximamente.
Como clase media, tenemos que asegurarnos que las obligaciones de la nación panameña las costee el valor extraído de su propio recurso. De no hacerlo, seguiremos trabajando como perros pa’ subsidiarle la vida de rich & famous a gente cuyo mayor logro ha sido, de hecho, haberle apostado al caballo ganador (o habérsele arrimado después de la carrera) – haya sido el Toro, Mireya, Martín, Mussolini, Varela, Nito o el wachiman / la wachiwoman que venga – pa’ no tener que competir en mercados verdaderamente libres (qué rico, ¿ah?), o mejor aún, pa’ no tener que pagarle un freakin rial al país por los millones que usufructúan del recurso nacional.