Cuando nuestros instintos tribales determinan quiénes son los "corruptos"
Notas sobre el estado de la democracia panameña, versión criolla, parte 2
The point here is that I think this is one part of what "teaching me how to think" is really supposed to mean. To be just a little less arrogant. To have just a little critical awareness about myself and my certainties. Because a huge percentage of the stuff that I tend to be automatically certain of is, it turns out, totally wrong and deluded. I have learned this the hard way, as I predict you graduates will, too.
- David Foster Wallace, "This Is Water" (2005)
La semana pasada hubo buco corrupción en Panamá. ¿Te enteraste? Según el diario La Prensa, esta corrupción fue especialmente corrupta, probablemente la más corrupta de la historia. Hasta el mismo Rubén Blades se declaró al respecto.
¿Y los corruptos que llevaron a cabo la corruptísima corrupción? Quién más, los políticos.
En este último escándalo, el Contralor General de la Nación, Gerardo Solís, es la cara de un degenerado oficialismo haciendo hasta lo último por re-elegirse, robando sin creencia de los fondos públicos (nuestros impuestos, ¡ou mai gat!), mientras que el país pierde su calificación crediticia — algo que, aparentemente, a muchos les da más miedo que perder lo poco que nos queda de nuestra democracia — al mismo tiempo que la deuda soberana no solamente alcanza niveles nunca antes vistos, sino que pagarla le costará al país, y a las próximas generaciones de panameños, años, por no decir décadas de crecimiento económico y movilidad social; chaolín a sus oportunidades pa’ mejorar sus vidas materialmente.
La Prensa, aparentemente, tiene bastante claro quiénes son los culpables, y quiénes las víctimas, de esta corrupción extra ordinaria. Aunque el escándalo de los auxilios económicos del IFARHU sea, simplemente, el último que desata un gobierno que, igual que todos sus predecesores, ha utilizado las instituciones del Estado pa’ extraer valor del mismo, pareciera que el nivel de depravación del PRD es, al menos por lo que leo, el más bajo al que se ha rebajado la clase política panameña en nuestra historia republicana.
Como diría Alvi Quelquejue, ¡que descaro el de estos cholos, brother!
Aunque yo me pregunto, ¿ha sido esta corrupción peor que las anteriores?
¿Peor que, digamos, la corrupción de Varela y Mussolini con Odebrecht (entre otros)? Porque ésta, pa’ mi, es la GOAT.
¿Peor que la Cinta Coimera de Martincito, el debut de Lava Jato en Panamá (y toda la corrupción que trajo con ella), o que el reparto de lotes de las Areas Revertidas pa’ sus amigos y copartidarios, entre otros negociazos?
¿Peor que, pa’ los que se acuerdan, la equiparación que Mireya le “concedió” a Panama Ports? ¿O que el japai que hizo el Toro por medio de contratos firmados en representación del Estado panameño, pa’ inter alia construir los Corredores Norte y Sur, operar el Puerto de Balboa u obtener las licencias de operación (dígase, monopolios legales) de casinos y casas de apuesta en Panamá?
No lo se Riiiiiick…
Lo que sí se es que este sesgo de la actualidad (recency bias), es decir, nuestra tendencia a, como seres humanos mucho menos racionales de lo que nos creemos, dar mucho más peso a la información o evidencia más reciente/actual (en relación a aquella adquirida en el pasado), es una vulnerabilidad real y potencialmente muy dañina. Hay entonces que jugar vivo cuando tomamos decisiones, especialmente como la que nos tocará en unos cuantos días.
Sin embargo, hoy quiero hablar sobre un sesgo mucho más fundamental, el cual, como mínimo, influye profundamente sobre nuestra percepción de vainas tan básicas como lo bueno, y lo malo, pa’ nuestro país. Más importante aún, este punto ciego determina, en gran parte, quiénes son, pa’ cada uno de nosotros, los heroes y los villanos del drama socioeconómico que viven a diario la gran mayoría de los panameños.
Más que nada pa’ los asalariados y emprendedores, tener que enfrascarse con un Estado corrupto e ineficiente — así a propósito, no por accidente ni a pesar de los esfuerzos de nadie — resulta un abuso que, naturalmente, engendra profundo resentimiento. A su vez, éste desemboca en una búsqueda desesperada por culpables. ¿Quiénes son los responsables de que tanto panameño tenga que vivir, innecesariamente, en un ambiente de casi constante inseguridad económica?
El que suele recibir el extremo contundente de este cabreo es, lastimosa pero no sorpresivamente, el Estado. Nuestros gobernantes, al final del día, no solamente le imponen todo tipo de costos (legislados y escondidos) a la clase media, sino que, además, sus políticas públicas disminuyen el incentivo nacional para invertir en educación o capacitación, tanto por parte de individuos como de empresas.
Los gobiernos que administran el Estado, entonces, son los que “tienen la culpa”.
No obstante, el mayor determinante de quiénes, ante nuestros ojos, son los que le roban a Panamá, tiene mucho más que ver con nuestra configuración de fábrica (es decir, nuestra genética) que con las acciones individuales de aquellos que juzgamos. Específicamente, en vez de usar evidencia y raciocinio, lo que usamos es una fácil distinción: ¿a qué grupo pertenece esta persona, a ellos o a nosotros?
La mayoría del tiempo no somos individuos
Los sapiens, desde el inicio de nuestra especie hasta hoy, hemos vivido, y sobrevivido, en grupos exquisitamente interdependientes. Estos grupos han evolucionado desde los lazos de parentesco (sangre) más básicos, hasta los que conocemos hoy, formados en base a idioma, nacionalidad, equipo, industria, partido político, religión, ubicación geográfica y otros criterios aún más subjetivos, o sea, arbitrarios.
Nuestra tendencia a identificarnos con grupos de todo tipo, la cual tiene aspectos tanto positivos como negativos, es una de las características más sobresalientes de nuestra especie. Entre los aspectos positivos está la cooperación intra-grupal, la cual ha engendrado no solamente la enorme riqueza material de la cual “gozamos” hoy día, sino las democracias y hasta los derechos que la mayoría de los panameños damos por inalienables.
Los negativos, sin embargo, como los conflictos inter-grupales que han desembocado en genocidios y guerras, incluso entre compatriotas, son los que le dan a nuestra especie su bien merecida mala fama. En este sentido, la teoría de la identidad social describe cómo el autoconcepto, es decir, la manera en que un individuo se ve a sí mismo, deriva de su pertenencia a un grupo, la cual, además, lleva consigo un profundo significado emocional, y hasta moral. Las personas se categorizan en grupos, que son la base pa’ la formación de la identidad social, incluyendo la diferenciación entre “nosotros” (grupo propio) y “ellos” (grupo ajeno).
Este proceso de categorización, tanto automático como subconsciente, no sólo fortalece la cohesión y cooperación dentro del grupo, sino que también engendra el favoritismo hacia el/los grupo/s propio/s.
Según la identidad social, este favoritismo, como característica básica del comportamiento humano, está basado, entre otros, en la reciprocidad (ráscame la espalda, yo te rasco la tuya) y en nuestros instintos tribales. Los sapiens, entonces, adoptamos estrategias pa’ mantener o mejorar nuestra identidad social; una de éstas, la competencia social, implica participar en acciones diseñadas pa’ cambiar la posición del grupo propio en relación a los demás.
Esta estrategia, sin embargo, produce un sesgo intergrupal, es decir, la tendencia sistemática a evaluar más favorablemente a miembros del grupo propio (lo’ pana’) que a miembros del grupo ajeno (eso’ mane’). Sobre nuestra tendencia de vernos como miembros de un grupo, en vez de como individuos, el autor y catedrático Jonathan Haidt (“The Righteous Mind” and “The Anxious Generation”) dice lo siguiente:
Solo entre los humanos encuentras grupos muy grandes de individuos [que no comparten parentesco] que son capaces de unirse y cooperar, pero en este caso, para luchar contra otros grupos [mi énfasis]. Esto probablemente proviene de nuestra larga historia de vida en tribu, es decir, de [nuestra] psicología tribal, la cual es tan profundamente placentera [mi énfasis] que, incluso cuando no existen tribus, igual las inventamos, ¡porque es divertido!
El deporte es pa’la guerra lo que la pornografía es pa’l sexo: nos permite ejercitar algunos de nuestros impulsos más antiguos .
Interdependencia: el secret sauce de los sapiens
La psicología tribal que traemos de fábrica, entonces, propicia la interdependencia, la cual ha evolucionado en prácticamente todas las especies sociales; lo que nos distingue a los humanos del resto, sin embargo, es que tenemos muchas normas socio-culturales.
Estas reglas de la tribu, por decirlo así, nos obligan a compartir alimentos o participar en ayuda mutua si alguien resulta herido, por ejemplo, o requieren nuestra cooperación en defensa de la comunidad. Por ende, en términos de la aptitud del grupo, la interdependencia significa que el bienestar de uno depende del bienestar del otro, es decir, cada miembro debe preocuparse por y cuidar de los demás.
En cuanto a cómo sabemos si alguien es parte de nuestro grupo — si lo ayudamos o no — parecemos ser sumamente susceptibles a ciertas señales sociales (social cues) que nos lo indican. Estas diferencias evolucionan porque los grupos, al aprender unos de otros, tienden a compartir normas que, luego, se asocian con características superficiales como lenguaje y dialectos compartidos, o color de ojos o piel, vestimenta o saludos similares.
Esta señalización — algo tan simple como usar corbata, persignarse en público o hablar como yeyo (o meña) — me indica que el individuo probablemente siga las mismas reglas que yo y, por ende, que nuestras interacciones serán exitosas, permitiéndonos cooperar y predecir el comportamiento del otro. Experimentos con bebés, incluso, muestran que ellos reaccionan a estas señales, prefiriendo interactuar y aprender de aquellos que comparten el dialecto de su madre, hasta antes de desarrollar habilidades lingüísticas. Esta psicología de interdependencia la desarrollamos todos los seres humanos, y es fundamental pa’la formación de grupos y sociedades.
Who’s your daddy?
Ahora llegamos a los honorables, y el resto de los políticos que extraen valor del Estado pa’, más que nada, comprar votos y, de esta manera, mantenerse como los intermediarios entre el recurso estatal, por un lado, y el capital privado (local o extranjero), por el otro. Es en esta intersección de poder donde le pueden extraer valor serio a su cargo público, suficiente pa’ vivir chillin’ en Punta Pacífica, Coco del Mar o donde sea hayan parkeado sus bienes mal habidos (ellos también son grandes beneficiarios de la Ley de Sociedades Anónimas, por cierto).
Vemos al webas-contralor, por ejemplo, con su cara de mequetrefe innato, y de repente nos invade el deseo intenso de darle un bofetada en la cara a alguien.
Bocas Benny, un tipo hasta más desagradable que el Jabba the Hutt chorrillero, parece haber salido directamente de central casting para interpretar a la perfección el papel de “Diputado Mafioso”.
Pindejo, su bobo pero fiel secuaz, poniéndose cada día más gordo que ya ni en sus sacos Armani cabe, mientras que hay gente en su circuito que tiene que ir a la esquina a hacer sus necesidades porque en sus hogares no cuentan ni con tecnología del siglo antepasado.
¿Y que me dices de la Bruja Malvada de Disney, que corre pa’ presidenta y diputada de su distrito a la vez?
Para mi y, asumo, la mayoría de quienes leen este blog, es demasiado fácil asociar la corrupción en nuestro país con este tipo de gente — con este grupo — y ni si quiera lo digo porque, definitivamente, ellos no son parte de mi tribu. La realidad es que, pa’ mí, estos manes ni deberían ser panameños, los desgraciados. Sin embargo, ¿qué hacen ellos, si se puede saber, que no hacen los gerentes, socios y dueños de los 4 o 5 grandes grupos económicos que han capturado al Estado y, por ende, a la economía de Panamá?
El caso de los auxilios económicos, si bien entiendo lo que alega La Prensa, es que el webas-contralor (que vino con el visto bueno del gobiernito, por cierto) y otro poco de funcionarios equis están sirviendo de pantalla política (y legal) para que los diputados del PRD puedan extraer fondos del Estado, y así repartirlos entre los votantes de sus respectivos circuitos — quienes han sido, ya por varias generaciones, o explotados o completamente abandonados por su país — a cambio de los votos necesarios para mantenerse en el poder.
Pero, ¿de qué poder estamos hablando? En mi opinión, es el poder de escribir las reglas del juego pa’ que salgan favorecidos, aveces de manera tan grosera que hasta dan ganas de escupirle la cara a alguien, los mismos grupos económicos de siempre. Aquí es donde su curul les permite realmente extraer valor.
Recuerda bien, aunque los abogados panameños son muy buenos en lo que hacen, especialmente los de la firmas más top del patio, los clientes que parkean billete serio en Panamá por medio de nuestra “plataforma de servicios” lo hacen, más que nada, gracias a las leyes de la república — especialmente la Ley de Sociedades Anónimas — las cuales escriben, reforman y mantienen vigentes los mismos corruptos que ahora están saqueando el IFARHU; y los mismos corruptos que llevan generaciones usando al Meduca como depósito de botellas con, no lo olvides, la omisión cómplice de aquellos que más, por no decir únicamente se benefician de este tipo de leyes.
Extraer valor de la infraestructura legal del país — cuyo propósito es organizar justamente la sociedad panameña, y la vida cívica de sus ciudadanos, más nada — sin compensar al Estado correspondientemente por el permiso especial que tienen para hacerlo…
¿Acaso esto no es lo mismo que están haciendo los diputados con nuestros impuestos? que, te recuerdo, en Panamá los pagan, más que nadie, los emprendedores y asalariados formales.
Si esto no es “robar”, entonces, dime, ¿qué es? pero antes piensa, porfa, cuáles son los efectos prácticos (es decir, materiales) de que casi todo el dinero que entra al país de la venta de seguridad patrimonial (generado por un recurso social del Estado) termine en los bolsillos de la gente más rica de Panamá (y, un poco menos, en las arcas del Suntracs) — incluyendo, por cierto, en los de los candidatos presidenciales de más alto perfil — cuando no solamente la soberana, sino la deuda de los hogares panameños, sigue su inexorable aumento hacia la insolvencia?
¿No son estos mismos corruptos, acaso, que tanta nausea nos causan, los que se aseguran que la Ley del Interés Preferencial, por ejemplo, pueda seguir siendo utilizada pa’ subsidiar, no la vivienda, la cual puede ser provista de muchas otras maneras, sino la construcción, casi siempre de muy pobre calidad, lo cual beneficia, más que nada, a la mancuerna Capac-Suntracs?
Y mejor ni hablemos de los inmensos costos, ni tan escondidos, que nos impone dicha rosca, especialmente, el inalcanzable precio de una vivienda de clase media en los únicos barrios vivibles de la capital.
Si esto no es “robar”, entonces, dime, ¿qué es? pero no sin antes imaginarte las cientos de miles de horas productivas que a diario nuestro modelo económico le roba a tantos emprendedores y asalariados panameños, especialmente, por los tranques que causa. Recuerda, además, todo el combustible en el cual los que no tienen más opción que vivir fuera de la city son forzados a gastar gran parte de sus salarios; de por sí suprimidos por el oligopsonio que controla los pocos trabajos bien remunerados en Panamá.
Todo esto, a causa de un “planeamiento urbano” que sólo responde al bottom line de los constructores, que entre menos invierten en las casitas de monopolio que le venden al pueblo, y que les subsidia la clase media, más tienen ellos pa’ irse a #Breck o comprar apartamentos en #Brickell o Central Park South.
Porque no lo olvides, a diferencia de los millones que los corruptos reparten entre sus electores y co-partidarios (panameños, la grandísima mayoría), una parte considerable de los billones que extraen del recurso nacional los 4 o 5 grandes grupos económicos del patio, específicamente de su infraestructura física y legal, terminan fuera del país.
¿Y quienes son los corruptos, por cierto, que aprueban los famosos “contratos-ley”, los cuales parecieran haber sido redactados por el fantasma del mismo Phillipe Bunau-Varilla, reapareciendo de la infamia pa’ una vez más ceder, en nombre de la nación y de un sólo plumazo, lo poco que el país tiene de valor real: nuestra posición geográfica y, por ende, la infraestructura que la explota, por un lado, y los minerales que yacen en su subsuelo, por el otro?
Si esto no es “robar”, entonces, dime, ¿qué es? pero no olvides que estos son activos del Estado, los cuales generan miles de millones cada año, que han sido cedidos en su totalidad a intereses privados ajenos al país y a la grandísima mayoría de sus habitantes. Mientras estas empresas generan riqueza generacional pa’ sus accionistas, paradójicamente, tanto el Estado como los ciudadanos panameños están más endeudados que nunca…
¿Como así Riiiiiick?
Pues tiene que ver con decisiones políticas que se han tomado a través de varios gobiernos. El hecho que Panama Ports Company, por ejemplo, una empresa multinacional cuyo dueño está incorporado en las Islas Caimanes — reconocido paraíso fiscal — todavía maneje el Puerto de Balboa sin haber pagado, por casi un cuarto de siglo, ni’un rial por el beneficio, fue decisión de los mismos corruptos de los que habla La Prensa — al igual que lo fue prorrogar el contrato sin cambiar una sola letra, ¡gracias Nito!
El hecho, también, que Copa Airlines hasta el sol de hoy tenga el monopolio del uso de Tocumen como puente aéreo ha sido, y seguirá siendo, decisión de los mismos corruptos de los que habla La Prensa.
El hecho que la concesión de la mina a First Quantum Minerals haya sido una fuente inagotable de corrupción fue, ¿adivinaste?, gracias a los mismos corruptos de los que habla La Prensa.
Sin embargo, como todas las decisiones políticas, éstas bien pueden ser, con los intereses de la gran mayoría de los panameños en mente, tomadas de manera muy diferente.
La clase media panameña: entre la espada y la pared
Pa’ la gran mayoría de los panameños, especialmente aquellos que aspiran a una mejor vida, los gerentes, socios y dueños de las empresas más rentables del patio son parte de nuestro equipo o, mejor dicho, los panameños que buscan superarse quisieran, más que cualquier otra cosa, formar parte de su equipo.
Como al panameño que trabaja pa’ uno de los 4 o 5 grandes grupos económicos del patio, los cuales controlan la inmensa mayoría de los trabajos considerados buenos en Panamá, le tiende a ir relativamente bien, no es secreto que la clase media panameña sueña con poder ser parte de esta tribu y, ¿quién sabe? tal vez algún día uno de ellos, también, pueda salir en la portada de Mundo Social (o en la de Forbes Centroamérica) en vez de, Dios nos libre, con cara de narco-diputado en la portada de La Prensa.
Así mismo como tantos bocatoreños no osan en desafiar a su señor feudal y, además, no les queda otra que darle su voto a cambio de, entre tantas otras necesidades básicas, el zinc que les urge porque parte de su techo se lo voló un vendaval hace 5 semanas y, todavía, están durmiendo, inclusive los niños, al filo de la intemperie — la gran mayoría de los panameños con un mínimo de capacitación, ambición y/o inclusive patriotismo dependen — aunque sea de manera indirecta, o simplemente no lo sepan — de al menos uno de los 4 o 5 feudos económicos que son los únicos focos de productividad en Panamá, controlados todos, con la notable excepción del Canal, por compañías privadas locales y extranjeras.
Aún así cuando nuestros salarios no dependen directamente de ellos, los gerentes, socios y dueños de los grandes grupos económicos siguen siendo exaltados, tanto en redes como en medios tradicionales de comunicación, como ejemplos de panameños buenos, exitosos, triunfadores y hasta admirables.
Obviamente, el hecho que la Asamblea Nacional y el Palacio de las Garzas están poblados por gremlins, mientras que la gente que ha extraído riqueza de Panamá de manera “legítima” tiende a ser muyyy bonita, ayuda a mantener la falsa dicotomía entre ellos (los politicos corruptos) y nosotros (los que facturamos como locos pero sin robar), cuando en realidad somos, casi siempre, los mismos corruptos.
Antes de atacar el problema, tenemos que saber identificarlo
Todo esto, lastimosamente, sirve para perpetuar la farsa que los que extraen valor del Estado en Panamá son los políticos corruptos, mientras que los hombres de negocios son los que, por el contrario, crean valor; cuando la realidad es que, igual que los politicos que les garantizan sus saludables márgenes operativos, mediante las injusticias económicas que legislan, las empresas que más facturan en Panamá, todas, están extrayendo valor del recurso estatal, el cual le corresponde a todos los panameños por igual, tal y como los ingresos provenientes del Canal.
Si bien es cierto que los políticos han secuestrado el aparato del Estado, los 4 o 5 grandes grupos económicos que verdaderamente controlan la plata que se genera en Panamá, y quiénes más se beneficia de ella, lejosss, han hecho más que simplemente participar en la economía: la han rediseñado a su favor, y ésta, pa’ que tu sepa’, es la corrupción que más jode a la clase media panameña.
Estos grupos no sólo acaparan los flujos de capital más importantes del país, sino que también se aseguran que los políticos escriban las leyes que perpetúen el status quo, limitando tanto los recursos a los que tiene acceso el resto de los panameños, incluyendo salud y educación, como también las oportunidades pa’ conseguir una mejor vida a punta de trabajo y sacrificio.
Nuestros instintos tribales, irónicamente, pueden llevarnos, como miembros de la clase media, a apoyar a quienes más nos hacen daño sin que ni cuenta nos demos. La psicología de la interdependencia, que una vez nos ayudó a sobrevivir en entornos hostiles, hoy día nos hace ver aliados donde hay enemigos potenciales, y viceversa. Estos magnates, que definitivamente no actúan con nuestros intereses en mente, no obstante gozan de un poder que la mayoría de los panameños reconoce, y respeta, casi de forma innata. Esto complica profundamente los esfuerzos, no sólo para rectificar las injusticias, sino para identificarlas en primera instancia.
Frente a este sesgo, es crucial que la clase media panameña, con una comprensión más profunda de estas dinámicas, se convierta en su propia fuerza de cambio. Debemos reconocer que los intereses de ninguna de estos grupos — ni de los que reparten “auxilios económicos” a sus votantes, ni de los que controlan la economía pa’ su propio enriquecimiento y el de sus accionistas — están alineados con los intereses de la clase media panameña. Mientras dejemos que nuestra psicología tribal los siga distinguiendo, cuando en realidad son parte de la misma rosca, seguiremos cediéndoles a ambos el control sobre todos los aspectos de nuestra res pública.
Si queremos romper este ciclo, tenemos que ser mucho más rigurosos en nuestros cuestionamientos. El desafío no es tanto descubrir a los “verdaderos culpables” del saqueo nacional, sino entender cómo nuestras propias percepciones — el meatsuit que llevamos puesto y que filtra todos los estímulos que nos llegan del mundo exterior — conspira pa’ mantenernos divididos y engañados. Asumir un rol activo en la reconstrucción de un sistema más justo, entonces, es esencial para reconfigurar nuestra estructura, tanto económica como política, para que refleje fielmente los valores, y las necesidades, de la gran mayoría de los panameños.
De esta forma podremos asegurarnos, especialmente las siguientes generaciones, que la riqueza y oportunidades que genera nuestro bendecido pedacito de istmo no seguirán siendo acaparadas por unos pocos, sino que le serán accesibles a todos aquellos que quieren salir adelante, sin importar a qué tribu pertenezcan, con tal de que sea la tribu panameña. Sólo entonces podremos decir que hemos comenzado a confrontar, de manera más justa y objetiva, a todos los “corruptos” que le roban al país.