Animales Culturales: el "wega vivo" es el aire que respiramos
o "Algunas observaciones sobre el rol de nuestra cultura en el presente nacional"
Comenzaron
Apostando el alma
Con la esperanza invencible
Del que ha sido un perdedor.
Terminaron
Humillando al cielo
Destrozando sus estrellas
Y orinándose en la luna y en el sol
-Rubén Blades, Conmemorando
Uno de mis discursos favoritos empieza con una fábula bastante conocida:
Van dos peces jóvenes nadando, camino al trabajo, y se cruzan con un pez mayor que al pasar les dice: “Buenos días chicos, ¿qué tal el agua?” Los jóvenes asienten y siguen su camino. Un par de segundos después, uno de ellos para repentinamente, confundido…
“Pana, ¿qué carajo es agua?”
Según el orador, el punto de la historia es, simplemente, que las realidades más obvias e importantes son a menudo las más difíciles de ver y, ni hablar, de debatir. Sin embargo, estas realidades son las que determinan, más que cualquier otra cosa (muchísimo más, por ejemplo, que cualquier esfuerzo o sacrificio individual), nuestras vidas, especialmente el enfoque de este substack: quién gana y quién pierde en Panamá.
En cuanto al agua en que nadamos la mayoría de los latinos, especialmente los panameños, su fuente es (aunque no la única) los casi 300 años de colonialismo español en esta parte del mundo. Como bien dice Rubén, el germen de nuestra nación fueron diablos y madonas de ignorancias y diplomas; idealistas, mercenarios y patriotas; inocentes y culpables – ricos, pobres, miserables – hermanados en su búsqueda de gloria.
La grandísima mayoría, vinieron de España y Portugal a saquear lo que podían, seguramente, pa’ pifiárselo a los viejos ricos allá en Europa. En esa época, por ejemplo, los criollos nouveau riche encargaban retratos familiares a los pintores más famosos, el equivalente, diría yo, a postear en insta las fotos de las vacaciones familiares en la Polinesia francesa.
Una manera bastante iluminadora de ver los efectos del colonialismo español sobre las repúblicas latinoamericanas que surgieron de aquel desastre (en particular para los millones de nativos y africanos importados que murieron por las armas, pestes y esclavitud que trajeron los españoles) es compararla con la colonización británica de Norteamérica.
Aunque los Imperios Español y Británico ambos fueron protagonistas de los más cruentos genocidios de la historia, sus muyyy distintas culturas dejaron muyyy distintos legados en las diferentes tierras que colonizaron, legados que hasta el día de hoy influencian los resultados socio-económicos de nuestros países.
La culture, qu’est-ce que c’est?
Según Joseph Heinrich, profesor de Harvard y autor de “The Secret of Our Success”, no ha sido nuestra inteligencia individual lo que ha determinado nuestro éxito ecológico – es decir, que los Sapiens seamos la especie (de vertebrados) que más se ha reproducido en el planeta – sino más bien nuestra capacidad para acumular conocimientos a lo largo del tiempo. A esto es a lo que me refiero cuando hablo de cultura: la información que adquirimos al aprender de otros.
Esta manera de aprender, a lo largo de varias generaciones, da lugar a lo que Heinrich llama adaptaciones culturales, las cuales han sido tan influyentes en nuestras vidas que han co-evolucionado con nuestros genes. Gran parte de nuestra biología y fisiología, de hecho, incluyendo la expansión de nuestros cerebros, fue moldeada por productos culturales.
Por ejemplo, los humanos “descubrieron” el fuego y, luego, “inventaron” la cocina, lo que transformó nuestros dientes y músculos de la mandíbula y redujo el tamaño de nuestros estómagos e intestinos. Desde que el fuego permitió que al menos parte de la digestión fuese externa, nuestros genes le “delegaron” esa función a la cultura (o, si lo quieres llamar de otra manera, al cerebro colectivo).
Con la energía que anteriormente usábamos para la digestión, argumenta Heinrich, nuestros cerebros individuales fueron poniéndose más y más grandes a medida que fuimos evolucionando y, clavamente, conquistando todo tipo de ambientes terrestres con muy pocas adaptaciones genéticas – para que tengas una idea, las hormigas, que son los invertebrados más exitosos, han podido colonizar cada rincón del planeta mediante la especiación, o sea, se han adaptado fisiológicamente, via adaptaciones genéticas a través de miles de millones de años, a diferentes ambientes.
Sin embargo, nuestros inmensos cerebros no nos han hecho individualmente más inteligentes – al menos no de la manera que generalmente pensamos – sino que nos han convertido en máquinas de aprendizaje. Estamos constantemente aprendiendo, unos de otros, muchas veces de manera subconsciente, y aunque nos gusta pensar que somos una especie creativa, la realidad es que somos imitadores por naturaleza (la creatividad pura es super difícil).
Heinrich da el ejemplo de cómo el uso de especias en la cocina ha evolucionado para hacer nuestra comida más salubre, ya que la “sazón” que otorgan ingredientes como el ajo y los chiles, de hecho, viene de sus propiedades antimicrobianas y fungicidas, las cuales eliminan una alta proporción de patógenos – simplemente no estamos conscientes de su propósito original, sólo que “así lo hacía mi abuela”.
De igual forma que parte de “nuestra cultura” es la manera en que cocinamos, comemos, etc., también es la manera en que hacemos todo lo demás, incluyendo, cómo vemos el mundo y cómo juzgamos los esfuerzos de los demás.
En resumen, los Sapiens – la única especie de Homo que existe – han podido adaptarse a todas las latitudes y geografías del planeta gracias a su cultura. Según Heinrich, nuestra capacidad para acumular y transmitir conocimientos – generación tras generación, a través de siglos y hasta milenios – ha sido fundamental para nuestro éxito como especie; tanto así, que nuestra biología y cultura han co-evolucionado, convirtiéndonos en animales no sólo híper-sociales, sino hiper-culturales.
Iberoamérica, Angloamérica y sus respectivas “adaptaciones culturales”
Ya hemos hablado un poco sobre como la geografía de las Américas afectó la distribución de recursos en las colonias de Nueva Inglaterra (aka “Yankeedom”) vs. aquella en Brasil y los virreinatos españoles. Sin embargo, no hemos profundizado sobre el tema cultural, el cual, para bien o para mal, ha sido el otro factor crucial en cuanto a la diferencia de los respectivos resultados económicos – y, por ende, sociopolíticos – de las diferentes Américas: ibérica y británica.
Por un lado, la cultura latina ha sido tradicionalmente caracterizada por una visión monolítica (no diversa) y centralizada de la sociedad, enraizada en la tradición católica de la Contrarreforma (incluyendo su greatest hit, la Inquisición Española). Como respuesta directa a la Reforma protestante, que había conquistado hasta la antiguamente católica Inglaterra (“tierra de anglos”), los inquisidores buscaban, más que nada, consolidar el poder y autoridad del Vaticano (y de Madrid) mediante una rígida jerarquía y la más estricta ortodoxia. Felipe II, niño símbolo de este fervor religioso, ordenó que hasta en sus colonias se implementaran las estrategias que habían desarrollado las mentes más pías de su imperio para “convencer” a los blasfemos de la falsedad de sus convicciones.
Según uno de los mejores análisis históricos de nuestra región, “Forgotten Continent”, del autor y antiguo editor del Economist, Michael Reid:
El historiador chileno Claudio Véliz describe una cultura marcada por una visión ordenada y jerárquica de la sociedad, en la que cada persona tiene su lugar definido. Esta perspectiva, profundamente influenciada por el pensamiento de Santo Tomás (Aquino), ve la sociedad como una jerarquía orgánica gobernada por la ley natural (divina), lo que es contrario al individualismo y al pluralismo.
El resultado ha sido una estructura social y política donde la centralización y el control absoluto se han valorado por encima de la competencia y la diversidad de intereses [mi énfasis]. Este enfoque ha fomentado una obsesiva cultura de burocracia y regulación, comenzando con Felipe II, quien desde el Escorial emitía detalladas ordenanzas a los representantes de su imperio [expandido a lo largo de toda la Tierra].
Antes de seguir, quiero dejar claro que este aspecto de nuestra cultura no es necesariamente un defecto. Es más, demasiado individualismo y pluralismo, ya han argumentado varios, es la principal amenaza que enfrentan las democracias más establecidas de Occidente. A medida que aquellos que más han sufrido las “externalidades” del neoliberalismo se han ido fusionando políticamente bajo el liderazgo de algún “redentor” (o vengador), hemos visto, también en Norteamérica y Europa, reacciones populistas, muchas veces violentas, atentando contra la res pública.
No obstante, es importante entender cómo cada potencia imperialista, y sus adaptaciones culturales, influenciaron a los países que colonizaron – porque esto nos dice un montón sobre Panamá y los panameños. Por ejemplo, este fenomenal documental del reinado de Felipe II detalla el efecto que tuvo sobre su imperio la inimaginable riqueza que éste extrajera de las colonias americanas – pero que, aún así, España terminaba con balanzas comerciales negativas ¡y hasta en tres ocasiones se declaró en bancarrota!
Cuenta la narradora del doc sobre la economía española de la época:
Se exportaban materias primas como la lana por el valor de un ducado, mientras que se importaban manufacturas, como paños tejidos con esa misma lana, a más de 20 ducados y, en ocasiones, a más de 100. Felipe II se vio obligado a renegociar los créditos [préstamos] mediante nuevos títulos de deuda llamados juros. Los grandes señores se apropiaban de las riquezas generadas en América, que la monarquía utilizaba como aval [garantía] de sus créditos [préstamos]. Mientras tanto, [España] se empobrecía paulatinamente, ya que la mayor parte de esta riqueza no se invertía en medios productivos; los hombres más ricos optaban por vivir de las rentas [mi énfasis].
La preferencia de los dueños del capital español y portugués por rentas económicas que permitieran el consumo conspicuo de ellos y sus familias, en lugar de reproducirlas por medio de inversiones en capital físico y humano (y obligarse a vivir, por ende, de manera austera) – es una de las principales adaptaciones culturales que nuestros colonizadores nos legaron y, al menos diría yo, la raíz del wega vivo.
Lastimosamente, ese instinto latino por extraer valor en vez de crearlo – de generar rentas de lo que ya existe para no tener que investigar, desarrollar y proveer (incluso, vía mercados realmente libres) productos y servicios de alto valor social – la “clase empresarial” panameña lo tiene demasiado marcado. Seriamente, si hay algo que más acertadamente describa la situación de Panamá que la cita anterior, que alguien porfa me lo mande porque no lo he leído.
Por otra parte, la cultura de Angloamérica – con lo que me refiero a las provincias británicas de Canadá, y a los estados que eventualmente pelearían por el Norte en la Guerra Civil gringa – se basaba en una visión social más descentralizada y pluralista. El protestantismo, especialmente sus variantes anglicana y calvinista, promovía una relación más directa y personal con Dios, sin la necesidad de intermediarios eclesiásticos, lo que fomentó un espíritu de individualismo y autogobierno.
A diferencia de la rígida pirámide socioeconómica en Iberoamérica, también, la sociedad angloamericana (junto con el clima de las tierras donde se asentaron sus colonos) inicialmente favoreció una tenencia de la tierra muchísimo más difusa, o sea, menos concentrada que Brasil y Nueva España. Esto, contrario a lo que pasó en Panamá y el resto de las repúblicas iberoamericanas después que se independizaron, sentó las bases para una sociedad mas igualitaria y, por ende, más propensa a poder vivir pacíficamente en democracia.
La influencia del pensamiento liberal anglosajón, especialmente el de John Locke, fue parte fundamental de este software cultural. Locke enfatizaba la importancia de los derechos del ciudadano y la necesidad de imponer límites al poder, ideas que fomentaron el desarrollo no solamente de instituciones democráticas, sino también una economía de mercado mucho más libre y competitiva. Aunque obviamente estoy generalizando, esta tradición permitiría una mayor movilidad social en las ex-colonias Británicas de Norteamérica, donde el éxito se ha basado (aunque ya no tanto) más en el mérito individual que en el clientelismo y los contactos personales.
Por ende, la Revolución Industrial, y el posterior desarrollo capitalista, encontraron terreno fértil en Inglaterra y, luego, Norteamérica, donde se valoraba la innovación y el emprendimiento. Esto contrasta contundentemente con la resistencia al cambio y la concentración del poder que caracteriza, hasta hoy día, las sociedades iberoamericanas.
Capitalismo Criollo: Cuando las rentas económicas son tus ingresos
Esta diferencia en el software cultural la podemos ver, incluso, en el lenguaje, por ejemplo, en las palabras que usa cada idioma para describir una empresa exitosa. En español, la compañía que genera ingresos por encima de sus costos se considera “rentable”. La raíz, renta, denota cómo se generan los ingresos (o revenue) de la compañía, enfatizando un flujo constante y confiable (por no decir garantizado), lo cual refleja la preferencia cultural por ganancias seguras a largo plazo #EQPP
Por otro lado, la palabra en inglés para tal empresa sería profitable, proveniente de “profit”, del latín “proficĭo”, que significa “avanzar” o “hacer progreso” (algo que en Panamá, inexplicablemente, no conseguimos). El término resalta la importancia del excedente que queda después de deducir gastos, y que éste sea re-invertido en la empresa para, así, seguir generando excedentes o avanzando.
La diferencia destaca cómo la cultura iberoamericana, en particular su sector privado, valoran la consistencia y la confiabilidad, no la competencia, mientras que en el mundo anglosajón (nuevamente, en términos históricos) se han priorizado las eficiencias económicas por medio de la innovación que suelen engendrar los mercados realmente competitivos.
No obstante, la tendencia en nuestra región – a pesar de cambios de gobierno y hasta de sistemas politicos y económicos a lo largo de siglos de independencia – ha sido otorgarles cómodos monopolios a un puñado de empresas (y, en segunda instancia, de sindicatos), las cuales, jugando vivo, han amasado suficiente poder político para influenciar, a expensas de los demás miembros de la sociedad, las políticas públicas que determinan el crecimiento (o deterioro) de cada país.
El resultado, como bien describe “Forgotten Continent”, ha sido una “política marcada durante mucho tiempo por prácticas no democráticas, como el ‘patrimonialismo’ y el ‘clientelismo’. El primero se refiere, esencialmente, al secuestro del Estado, o partes del mismo, por intereses privados poderosos. El segundo término define un patrón en el cual lugareños prominentes o caudillos locales extraen votos y lealtad política de grupos de seguidores (más pobres y menos poderosos), a cambio de ofrecer un grado de protección y acceso a recursos del estado [mi énfasis].”
Los industrialistas y grandes comerciantes latinoamericanos, lejos de desafiar a sus gobiernos aristocráticos y autoritarios (como lo hicieron sus contrapartes europeas después de la Revolución Industrial), jugaron vovi y se aliaron con ellos. Aunque este retrato poco halagador es una generalización – nuevamente, según “Forgotten Continent” – los capitalistas criollos han tradicionalmente sido “buscadores de rentas [mi énfasis] en vez de emprendedores, solicitando la protección, los subsidios y los privilegios del Estado, en lugar de arriesgarse al desafío de la competencia sin restricciones”.
Pobre de nuestro legado, que nos hace indiferentes
No estoy insinuando, ni mucho menos diciendo, que la cultura anglosajona es de alguna manera mejor que la iberoamericana. Así como sus contrapartes genéticas, las adaptaciones culturales, originalmente, se dieron para que el cuerpo político pudiese prosperar – dígase, sobrevivir y reproducirse – en el ambiente particular que habitaba. Otra manera de decir lo mismo es que, así como nuestros genes, vía selección natural, “se han adaptado” a un ambiente específico (ojo, tras muchísimas generaciones) nuestras prácticas culturales – o la manera de una sociedad de (sobre)vivir – también lo ha hecho.
Además, si hay algo que podemos rescatar de la falta de individualismo y pluralismo en los países latinoamericanos es que, gracias a nuestra cultura, seguimos valorando instituciones como la familia y la comunidad (aunque cada día menos, especialmente desde la era neoliberal). También es importante destacar que, desde el peak neoliberal de los ‘90-’00, a medida que los países de Occidente (en particular los de la esfera anglo-americana) se han vuelto más desiguales en cuanto a su riqueza, más se van pareciendo sus sociedades a las tradicionalmente "latinas": intensamente divididas, polarizadas políticamente y sumamente susceptibles al populismo y al autoritarismo.
Pero nunca saldremos de nuestro estancamiento socioeconómico (por no decir decadencia cultural) si no afrontamos las partes de nuestro software que, a pesar que alguna vez pudieron haber mejorado nuestros chances de supervivencia y reproducción, hoy día, en nuestro ambiente actual, resultan contraproducentes y hasta antisociales – de manera muy parecida a cómo nuestro hardware, específicamente, nuestra predilección biológica por calorías en forma de azúcar y grasa, la cual evolucionó para un ambiente de escasez de calorías, hoy día es una fuente potencial de mala salud y muerte prematura.
No podemos, por ejemplo, seguir pretendiendo que los grandes grupos económicos del patio, los cuales han acaparado la mayoría del capital productivo del país – mas que nada, jugando vivo – son un beneficio para los panameños. Extraer rentas no es para nada lo mismo que producir valor; es por esto que las cifras titulares de Panamá, especialmente PIB (Producto Interno Bruto) y la inversión extrajera directa, no concuerdan del todo con la experiencia diaria de la mayoría de la población, particularmente de la clase media.
Por ejemplo, como he mencionado anteriormente, aunque Jeff Bezos, fundador de Amazon, Inc., y Carlos Slim, el hombre más rico de Latinoamérica, ambos generaron ingresos faraónicos al mando de sus respectivas empresas privadas, uno de ellos la creo, literal, desde su computadora (inventando el e-commerce en el proceso), mientras que el otro logró convertir un monopolio público en uno privado; un wega vivo político con el que efectivamente pudo explotar un mercado cautivo de consumidores, muchos de ellos con ingresos escasos, por décadas (empobreciendo a la gran mayoría de los mexicanos en el proceso).
El wega vivo, parte tan esencial de la cultura panameña, casi siempre lo asociamos con la clase política, y por buenas razones. Si lo definimos como querer obtener la máxima cantidad posible, siempre, por no hacer nada de valor real a cambio, o de lucrar sin tener en cuenta el bien de los demás, es decir, la salud del país, entonces los políticos del patio son, 4 de cada 5 veces, los que menos descaro tienen.
No obstante, este bagaje cultural permea el espectro socioeconómico panameño en su totalidad, del piedrero mas desquiciado de Sabanitas hasta nuestro “preso político” y su doberman pura raza – en cuyas manos está, al menos hasta donde puedo ver, el futuro de Panamá. Como dije anteriormente, los seres humanos – incluyendo los panameños, aunque varios aquí no lo crean – estamos constantemente imitando lo que vemos, especialmente de aquellos en posiciones de poder.
Para nuestra desgracia, además, vivir de las rentas económicas ha sido el Latin American Dream desde el inicio de nuestras respectivas repúblicas. A pesar de haber pública y formalmente adoptado constituciones, sistemas electorales y hasta economías de “libre mercado”, muchos de los países de la región, incluyendo Panamá, son democráticos y capitalistas sólo en nombre. La real es que seguimos teniendo, en muchos aspectos, una pirámide socio-económica vergonzosamente similar a la de hace 100, 200 y hasta 300 años; tal vez menos rígida, pero igual de jerárquica que entonces.
Como he discutido en varias ocasiones, las rentas económicas generadas en el patio no sólo son una carga para los consumidores (aunque a aquellos con los menores ingresos es a quienes más le pesa), sino una señal clara que el valor que se está extrayendo de los recursos de la nación no está siendo reinvertido adecuadamente en los lugares ni, más importante aún, en las comunidades en el que se genera. Por más que signifiquen ingresos ininterrumpidos, prácticamente garantizados, para un par de familias locales y empresas multinacionales, la “rentabilidad” de los grandes grupos económicos que operan en el patio, de hecho, le sale carísima al resto de los panameños.
No obstante, aunque la cultura es un factor determinante en cuanto al desarrollo socio-económico (y viceversa) de cualquier res pública, tampoco es el destino. Las culturas pueden y deben cambiar. Sin embargo, lo primero que tenemos que hacer, como individuos y como país, es realizar que el agua en que nadamos nos afecta de maneras importantísimas, pero que casi nunca percibimos, especialmente quienes participamos a diario en esta economía secuestrada. Antes de poder migrar de la extracción de rentas a la producción de valor, indudablemente, tenemos que poder hacer esta vital diferencia.
Pese a que el rent-seeking, que no es más que una manera fancy de decir wega vivo, lo llevamos en la sangre, hay muchísimos panameños hoy día rompiéndose el fuas emprendiendo y – a pesar de todas las trabas que nuestro Estado secuestrado les impone – creando demanda por productos y servicios criollos. Si logramos canalizar todas (o al menos la mayoría de) las rentas que se extraen en Panamá hacia la inversión en infraestructura crítica y capital humano, estaríamos haciendo los cambios tanto urgentes como necesarios para que más asalariados y emprendedores del patio puedan triunfar, garantizando, además, que el valor generado en nuestro país sea para el provecho de todos los panameños.