Democracia Mexicana (2000-2024), qepd: ¿Otra advertencia pa' que ignoremos los panameños? (1 de 2)
o "Cuando la pary de algunos deja sin país a todos, segunda parte"
Dicen (diiiceeen) que si colocas a una rana en un recipiente con agua hirviendo, la rana se saldrá inmediatamente del mismo; pero si a la misma rana la metes en un recipiente con agua a temperatura ambiente y, paulatinamente, aumentas la temperatura, la rana no se percatará de los cambios y, eventualmente, morirá cocida.
Según ChatGPT, esto es puro cuento, pero sigue siendo una metáfora potente pa’ un aspecto clave, mas en gran parte ignorado, de la “condición humana”. Cuando los cambios son drásticos y/o rápidos, los sapiens nos percatamos fácilmente. Pero si los cambios son leves y graduales, por más que sean crónicos, tendemos a “adaptarnos” a los mismos, en vez de hacerles frente si posan una amenaza contra nosotros.
Esta habilidad la desarrollamos a través de milenios (como el resto del meatsuit que llevamos puesto, pa’ sobrevivir y reproducirnos), cuando las amenazas que nos asechaban eran claramente perceptibles como cambios en nuestro ambiente presente e inmediato: íbamos caminando por la sabana del oriente africano buscando comida y, de la nada, un león aparecía en nuestro campo de visión. Con el peligro frente a nuestras narices, nuestros cuerpos hacían exactamente lo que evolucionaron pa’ hacer: salir dispara’os.
Hoy día, sin embargo, las mayores amenazas que enfrentamos los sapiens tienden a ser extemporáneas o, más específicamente, potenciales (pueda que), contingentes (dependiendo de) y/o difusas (no bien definidas o entendidas). El cambio climático es el perfecto ejemplo de un peligro que, aunque ahora es bastante aparente, por décadas no solamente menospreciamos, sino que ignoramos por completo las alarmas de su inminente llegada.
Y aún así, pa’ la gran mayoría de los habitantes del planeta, el cambio climático (al menos todavía) no nos afecta ni inmediata ni directamente, por lo que, hasta el sol de hoy, seguimos extrayendo, procesando y consumiendo los mismos productos que hacen nuestro mundo inhabitable.
Como la rana del “proverbio” anterior, los sapiens seguramente seguiremos hirviendo en el Planeta Tierra hasta que sea demasiado tarde; no porque no entendemos el cambio climático, ni porque no sabemos cómo abordarlo, sino porque sencillamente no evolucionamos pa’ lidiar con problemas a nivel de civilización, cuyas raíces, y consecuencias, se extienden (y confunden) a través de múltiples generaciones y continentes.
Agravando la situación (en mi opinión, irremediablemente) ya existe demasiada gente alrededor del mundo, con demasiado poder, cuya calidad de vida está directamente liada con la continuación del estatus quo, ¡incluyendo el cambio climático!; motivo por el cual, utilizan sus considerables recursos pa’ evitar la transformación, difícil pero necesaria, a una economía global sostenible a largo plazo.
Capaz y ‘tamos cool, Versión Mexa
En nuestro mundo sociopolítico, el problema análogo al cambio climático es la recesión democrática que, hace al menos 25 años, se ha extendido alrededor del mundo, particularmente en nuestra región — en donde la libertad política, digamos que en el “marcador global”, no ha traído los beneficios que tanto prometieron sus “influencers” en las últimas décadas del siglo pasado.
Es más, pa’ muchísimos ciudadanos latinoamericanos, la ola democrática que se extendió por la región entre 1978 (con Rep. Dominicana y Ecuador) y 1989-90 (con Paraguay, Chile y Nicaragua), ha precarizado su situación socioeconómica.
Esta “sensación de incertidumbre y ansiedad” — como bien dice el ex VP tico Kevin Casas, secretario general del Instituto Internacional para la Democracia y la Asistencia Electoral (IDEA Internacional) — “es una de las razones por las que la adhesión a la democracia se está deteriorando aceleradamente”, especialmente entre las generaciones más jóvenes. En ambos lados del espectro político, demasiada gente en Latam ve la democracia, y el imperio de la ley que la sostiene, como parte del problema.
Por ejemplo, México: habiendo visitado bastante a lo largo de mi vida (más que nada por tener familia mexicana con la que soy muy cercano), he llegado a “vivir” un poquito de la historia reciente de este país, donde ahora me encuentro.
Acá, los mexicanos tuvieron que esperar hasta este siglo pa’ elegir democráticamente a sus líderes (¡no manches!). Aunque en papel el país era una “democracia” desde 1917, no fue sino hasta el 2 de julio del 2000, con la elección de Vicente Fox, que los ciudadanos de los Estados Unidos Mexicanos pudieron participar en elecciones realmente libres y competitivas.
La elección de Fox, primer presidente que no formaba parte del Partido de la Revolución Institucional (PRI), el cual llevaba 70 años al mando del Estado mexicano, pondría fin a lo que el autor peruano Mario Vargas Llosa llamara la “dictadura perfecta”.
Pa’ esos días, casualmente, viajaba por Europa con uno de mis primos mexicanos — durante ese verano eterno que teníamos los yeyos que hicimos la U en EE.UU., entre que recibimos el bachillerato panameño en diciembre y el inicio del año lectivo gringo en septiembre, normaaal — y nunca olvidaré la profunda esperanza que sentí, tanto en él como en el resto de mis familiares mexicanos, cuando vimos en la tele las imágenes desde el “D.F.” La ola democrática ¡aleluya! llegaba al país más poblado de Latam (ex. Brasil) y a las casi 100 millones de almas que, en ese entonces, lo “compartían”.
A más de 40 años del inicio de la mentada ola, como dice Daniel Zovatto, Director Regional de IDEA Internacional pa’ Latam y el Caribe, somos la única región del mundo con regímenes democráticos en casi todos los países que la integran que, simultáneamente, tienen “amplios sectores de su población viviendo por debajo de la línea de la pobreza, la distribución del ingreso más desigual del mundo, las tasas de homicidios más elevadas del planeta y muy altos niveles de corrupción”.
Según Zovatto, una de las características centrales de este proceso “democratizador” (o devastador, depende de tu posición en la pirámide socioeconómica latinoamericana) ha sido “el desajuste que se ha producido entre la política y la sociedad [mi énfasis]; para algunos, no sólo existe un retraso en las formas de hacer política sino también en las formas de pensarla.”
Este desajuste, cada día más palpable en nuestro ambiente físico, proviene de la enorme brecha que se ha creado entre los deseos de la Clase Media Amplia (CMA), y las leyes que nos rigen, es decir, las reglas del juego.
Por consiguiente, demasiada gente en nuestra región, al menos en las últimas décadas, ha ido perdiendo su fe en la democracia, específicamente, la esperanza de que este sistema político resulte en una mejor vida — pa’ la gran mayoría de los ciudadanos, y de sus familias, y no sólo pa’ que un par de grandes grupos económicos (o clanes) que “operan” en el país, básicamente, se queden con la mayoría de los beneficios derivados del recurso nacional.
Las “fallas” de la democracia son miracle-grow pa’l autoritarismo
No debe ser sorpresa, entonces (por más que sea tragedia), que el 61% de los votantes mexicanos, hace un par de meses, le dieron seis años más a la agenda del populista autoritario Andrés Manuel López Obrador (AMLO).
(o que el 56% del electorado venezolano le dio su voto libremente a Hugo Chavez en 1998, o que un tercio de los panameños votaron este año por el “dedazo” de Mussolini, la corrupción y el autoritarismo hecha carne y hueso).
Liderada por el Movimiento de la Regeneración Nacional, o “MORENA”, partido personalista de AMLO hoy hegemónico en la política mexicana, su coalición llama esta agenda la “Cuarta Transformación”(4T), según ellos, haciendo referencia a los tres grandes cambios que ha tenido México a lo largo de su historia (modestia aparte, obvio):
La Guerra de Independencia de España (1810-1821).
La guerra (1858-1861) que impulsó las Leyes de la Reforma “para separar la Iglesia del Estado” y basar a éste en un orden constitucional; y
La Revolución contra el Porfiriato, la dictadura de más de 30 años de Porfirio Díaz”, la cual desembocó en la Constitución de 1917 (dando inicio a la “dictablanda” del PRI).
A pesar de este ambiciosísimo proyecto sociopolítico, y aunque muchísimos mexicanos se opusieron rotundamente, la 4T vino, después de años de intensa lucha política que no hizo más que seguir dividiendo al país, con to’ y “reforma judicial”.
Apenas tres semanas antes de entregar el poder a su sucesora, el presidente de México más exitoso y popular de mis 40 y puff años “dio un paso importante hacia el desmantelamiento de la democracia”. “AMLO intimidó al Congreso para que aprobara su disparatado plan para que la mayoría de los jueces mexicanos (incluyendo los de la Corte Suprema) sean elegidos [por voto popular] en lugar de designados [por el/la Presidente, un/a Gobernador/a estatal, etc.]”
Durante su único (por límite constitucional) sexenio presidencial, las cortes mexicanas lograron frenar las más despiadadas movidas autoritarias de AMLO. Ahora, sin ponerme a pronosticar demasiado — una vez la 4T elimine por completo la poca independencia que de por sí ya tenía la justicia mexicana pa’ contrarrestar el poder del Ejecutivo — no es difícil imaginar una situación, como indica este autor mexicano, “parecida al modelo Putin-Medvedev [en Rusia], con AMLO dominando la escena política independientemente de quién ocupe la presidencia”.
A pesar que, históricamente y como en el resto de Latam, la impunidad ha sido “pan de cada día” en México, el autor advierte:
Una vez sean efectivamente neutralizadas las instituciones que pudiesen ponerle fin a este proceso, nadie sabe cómo podría frenarse. [E]l peor escenario posible es una dinámica reforzada por sí misma, donde los tribunales mexicanos comienzan a dictar sentencias sin sentido, favoreciendo a sus amos políticos y ahuyentando a los inversionistas; esto conduce a una recesión que deja a las economías locales cada vez más endeudadas con los carteles, quienes hubiesen ayudado a elegir a los jueces en primer lugar.
Podríamos decir, entonces, que el “experimento democrático” de Mexico no duró ni el cuarto de siglo. En estos 24 años — dos sexenios del Partido de Acción Nacional (PAN) de centro-derecha, y uno más del PRI (parecido al PRD panameño, supuestamente de “centro-izquierda” pero con raíces dictatoriales y, en general, corrupto hasta la médula ósea — México pasó de ser un país con instituciones frágiles pero levemente funcionales, básicamente, como las panameñas de hoy día, a un narco-estado puro y duro, donde el Gobierno Federal ni si quiera controla vastas extensiones del territorio nacional.
Como si fuera poco, AMLO perdió dos veces antes de ser electo presidente, con exactamente el mismo mensaje con el que ganó — y doce años después de amenazar la integridad del Estado mexicano cuando, junto con sus seguidores, se tomó el Zócalo de la Ciudad de México y se negó a admitir su primera derrota, muy parecido a lo que hizo Trump el 6 de enero de 2021 pa’ evitar que Biden asumiese como Presidente — otra alarma ignorada.
Desde al menos las elecciones de 2006, entonces, a la democracia mexicana ya la asechaba con peligro el populismo autoritario. Los mexicanos como cuerpo político tuvieron, al menos en teoría, varias oportunidades pa’ haberse salido de su recipiente de agua hirviendo, pero nunca lograron “ponerse de acuerdo”. El problema, como dije al principio, es que es muchísimo más fácil adaptarnos a los cambios como individuos que organizarnos como colectivo pa’ hacerles frente.
Por ejemplo, una de las cosas que me volaba la cabeza de México cuando visitaba como adolescente (en los ‘90) era que toda mi familia acá, como la gran mayoría de los “fresas” (yeyos mexicanos), tenían sus carros blindados.
Todavía recuerdo la impresión que me causaba el grosor de las ventanas y vidrios del Jetta de mi primo, quien siempre estaba pendiente de los retrovisores cuando parábamos en tráfico, o mientras esperábamos la luz verde, asegurándose que nadie nos agarrase desprevenidos mientras el carro permanecía estático. Así, me dijo, habían secuestrado a un par de conocidos de él.
“¡Qué manera de vivir!”, pensaba yo — aunque gracias a estas experiencias (y a mi viejo, colombiano de nacimiento) comprendí desde muy joven lo afortunados que éramos los panameños (al menos los de mi generación) de crecer en un país relativamente libre, donde la inseguridad no nos forzaba a vivir militarizados, con tanquecitos pa’ movernos por la city y fortalezas pa’ vivir protegidos de nuestros propios compatriotas.
Pero la realidad, pa’ mi familia mexicana y pa’ la gran mayoría de su “tribu” socioeconómica, seguía siendo la misma: lo más fácil, rápido y efectivo que podían hacer pa’ confrontar la inseguridad, por poner un ejemplo, era blindar sus carros, mudarse a comunidades cercadas y, en general, invertir en su propia seguridad y la de sus familias.
Efectivamente divorciándose del resto de la sociedad del país donde vivían, y de donde se generaban sus riquezas, fue la manera que la gente con plata en México decidió protegerse de los efectos de la “democracia”, algo que vimos en Venezuela antes de Chavez, y exactamente lo que estamos viendo en Panamá hoy día – parte de los cambios graduales a los que simplemente nos vamos acostumbrando, pero que eventualmente nos llevan a la debacle, la tiranía o ambas.
Lento pero seguro, este “divorcio” unilateral menoscabaría tanto el concepto de res pública como la confianza social entre los mexicanos, indispensable pa’ la supervivencia de cualquier democracia. El resto de la población, por su parte, también se ha adaptado como ha podido — en lugar de organizarse políticamente.
En un sálvese quien pueda digno de “Hunger Games”, el mexicano pobre le prende velas a la Virgen de Guadalupe y, pa’ recibir los “programas sociales” que al menos lo ayudan a no morir de hambre, vota MORENA; mientras tanto, la clase media paga, además de la cuenta de un Estado mexicano corrupto e ineficiente, el “derecho de piso” que le cobra el crimen organizado por darle “protección”.
#normal
Como parte de la naturaleza humana, esta situación (digamos que “subóptima”) ha ido siendo normalizada por la gran mayoría de la sociedad mexicana a través de varias generaciones, un poco como la rana que nunca se percató que se estaba cocinando.
Similarmente, nosotros en Panamá nos hemos “adaptado” a todo tipo de decadencia y desgobierno, desde una mina que explotaba el preciado recurso natural panameño operando inconstitucionalmente por seis freakin’ años, hasta el capo de una conspiración criminal internacional poniendo a dedazo al Presidente de la República, mientras el “reo en la embajada” se ríe de nuestras instituciones hospedado (y esto ni Kafka se lo hubiese imaginado) por uno de los dictadores más HPs del barrio.
Pero, pa’ que tú sepa’: el mismo país donde, entre otras “curiosidades”, el crimen organizado literal es el Estado en varias partes del territorio nacional, también “produjo” al segundo hombre más rico de Latinoamérica, más que nada, gracias a las rentas que extrajo de los consumidores mexicanos, incluyendo de las pymes — igual que hacen las compañías de energía en Panamá, no lo dudes.
Durante este tiempo, México se convirtió en uno de los países más peligrosos del planeta. Aparte de los números récord en cuanto a criminalidad, con un promedio de 30,000 muertes violentas al año desde 2018, y de los miles de millones de dólares en pérdidas económicas, cabe resaltar que la violencia en este país se ha convertido en parte, incluso, del proceso electoral.
La contienda celebrada el pasado julio, por ejemplo, la más mortífera de la historia pa’ aspirantes a cargos políticos — que, uno pensaría, al menos un par corrían pa’ mejorar su país — dejó un saldo de 30 asesinados, 77 amenazados y 11 secuestrados.
¿Te imaginas que hubiese sido de los candidatos de Vamos en una situación similar?
Pa’cabar de rematar, los abusos en contra de tantos que luchan por cambiar el estatus quo en México no se limitan a los narcos. Aquí, el ciudadano que quiere reformar el sistema tiene que lidiar, además, con la violencia de Estado. En el caso más notorio de las últimas décadas, 43 estudiantes universitarios fueron “desaparecidos”, como tantos “izquierdistas” argentinos durante la “Guerra Sucia”, y más nunca se supo de ellos.
Sin embargo, las fortunas generadas en territorio mexicano por los grandes grupos económicos durante los 24 años de democracia han hecho época. Tanto así, que Carlos Slim no solo se construyó un museo pa’ “compartir” su colección de arte privada con el mundo, ¡que nice! sino que también se compró 17% del New York Times luego de la crisis financiera global de 2008.
¿Un periódico? ¡Pero si ya nadie lee!
La realidad es que hoy día no puedes ser magnate billonario sin tener, mínimo, tu propio diario, revista y/o canal de televisión con alcance masivo, con el que puedas justificar, reforzando tu mensaje diariamente, la desmesura de tu fortuna — especialmente en un país con tanta gente viviendo al borde de la barbarie.
Como si fuera poco, el hombre más rico de México también tiene participación en PRISA, uno de los grupos mediáticos más grandes del país, algo que igual pasa en Panamá.
“1984”, anyone?
Anyone?
Buller?
Los “dividendos” de la democracia
Algunas cosas, hay que rescatar, si han “mejorado”. En cuanto a sus carros, por ejemplo, al menos ya mis primos no sienten la necesidad de traerlos blindados, lo cual podría ser considerado “progreso”, aunque ninguno de ellos vive más en “CDMX”: el rebranding, o cambio de marca que le hicieron a la capital mexicana, en parte, pa’ que la gente no la asociara tanto con la violencia e inseguridad de “el Deefe”.
Hoy día, sin embargo, blindar carros en México se ha convertido en un negociazo, lo cual pa’ mí es uno de los cambios más simbólicos en cuanto a los beneficios que trajo la democracia a este país (al menos, con una separación real de los Poderes).
Hace unas semanas, en la Avenida Presidente Masaryk (arriba), pasé por una tienda de blindajes de autos. Esta calle es como el Rodeo Drive de Cdmx; en Panamá, lo más cercano sería el Luxury Avenue de Multiplaza. Aunque dudo que le haya parecido extraño a algún mexicano, incluso cuando la inauguraron, pa’ mi fue un shock ver este tipo de negocio en un lugar sinónimo con marcas de alto estatus social.
Aparentemente, pa’ los mexicanos con plata, la inseguridad pasó de ser una fuente de intensa preocupación a simplemente otra manera de competir por estatus. Ya el carro de lujo no es suficiente, como lo era cuando yo visitaba de joven. Ahora tienes que blingdarlo en el taller más chido de México, weyyy!
Al menos nadie puede decir que no hay fresas con visión y espíritu emprendedor.
En un par de días, la segunda parte de esta entrega.