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14 de enero de 2024
Panamá, R.P.
Desde que salí del vientre de mi madre, empezando apenas la década de los 80s, hasta que me fui a EE.UU. a hacer la U en el 2000, tuve como 4 o 5 empleadas domésticas (nanas) que todavía recuerdo y, con la excepción de una sola, todas fueron gente de la más alta calidad humana.
La que más marcó mi vida, en gran parte porque fue la que más tiempo pasó con nosotros, fue Mimi, cuyo nombre verdadero quedará omitido sólo para mantener su privacidad; si por mí fuera, en las salas de los hogares de todos los miembros de mi familia, y hasta colgado sobre nuestras camas, habría un retrato de Mimi, sonriéndonos, así como todavía tienen los Chavistas más empedernidos el retrato de su general, cual crucifijo, porque quién sabe qué hubiese sido de mi familia sin Mimi.
¿Creen que estoy exagerando? Además de criarnos a mí y a mi hermana (junto a mis padres y maestros, obvio), y de ser la goma que varias veces evitara que mi familia implosionara – bajo el peso de cualquier cantidad de cosas que le pasan a cualquier cantidad de familias en Panamá – Mimi también se fue a vivir con mi hermana cuando, algunos años después de que se casara y tuviese hijos, ella se lo pidiese.
Aún con responsabilidades de abuela de una niña cuya madre trabajaba tiempo completo, Mimi le dijo que sí y, por consiguiente, aportó enormemente a la salud y el bienestar de una tercera generación de mi familia. Créanme cuando les digo, entonces, que inclusive de un punto de vista meramente económico, para nosotros, nadie generó mayor utilidad, nadie creó más valor, día tras día, quincena tras quincena, a través de más años, que Mimi.
Sin embargo, Mimi hizo todo esto a costa de un grandísimo sacrificio, tal vez el mayor que una madre puede hacer. Para poder pagarle a sus hijas una vida digna, irónicamente, Mimi tuvo que dejar a un lado sus responsabilidades maternas.
Un par de años después de recibirse como madre soltera a la temprana edad de 19, Mimi, quien vivía en Bugaba, por allá por la República Federal de Chiriquí, “decidió” dejar por completo su casa y su gente – su mundo – para mudarse a la capital a trabajar como nana, o sea, limpiando, lavando, cocinando, y básicamente siendo madre/padre de dos niños que no eran los suyos, mientras que a sus niñas solamente podía verlas un par de veces al año.
Por cierto, ésta es la situación a la que se enfrentan miles de chiquillas, a quién nadie les dice que criar niños, además de una bendición, es un trabajo difícil, ingrato y de tiempo completo, y que en Panamá nadie te va a pagar por hacerlo con los tuyos. Aunque, como dicen varios, ¿quién les manda a quedar embarazadas?, el mensaje que como sociedad le mandamos a Mimi – y a tantas jóvenes panameñas que no tienen idea la carga física, emocional y económica que es traer un niño al mundo – es el siguiente: te vamos a pagar por criar niños – ¡el trabajo más importante de todos! – namás que no los tuyos, sorry.
Mimi, además, tuvo la “suerte” de acabar en un hogar como el nuestro, donde dormía bien, comía delicioso, y los domingos técnicamente no podíamos pedirle nada (los cuentos de terror de familias panameñas que trataban como animales a sus empleadas domésticas eran bien sabidos, por Mimi y todas las nanas de mis amigos). Otro “lechazo” fue que Mimi al menos tenía una madre que todavía podía cuidar a sus nietas – y que todavía quería, porque a esa edad la gente ya quiere descansar, ¿no?
Entenderán, entonces, el shock que me lleve – teniendo ya al menos una idea, a los 18 años, del sacrifico que había hecho Mimi por criarme a mí y a mi hermana – cuando me enteré que, al igual que la gran mayoría de los edificios que se construyeron en el boom inmobiliario de los ’70 y ‘80 en Panamá, el mío tampoco tenía agua caliente en el baño de la servidumbre.
En pocas palabras, Mimi, mi nana y segunda madre, una de las personas que más influyó positivamente en mi vida a punta de sacrifico personal, la que siempre sabía dónde estaban mis medias y camisetas y por ahí mismo me prestaba $2 para irme en taxi al juego de basket, la que me cocinó, lavó, limpió y cuidó gran parte de mi vida, la que literal me salvó de un incontable número de problemas, tanto triviales como existenciales, por los cuales, por más que intente, jamás podré agradecerle de manera correspondiente; esta mujer, nunca, en todos los años que pasó con nosotros, pudo tomarse un solo baño con agua caliente en nuestra casa.
Ninguno.
Fueron más de 15 años, por cierto…
Y no es como si bañarse con agua fría todos los días fuese tortura china, ni mucho menos, pero ni siquiera tuvo la opción, ¿tú sae? A pesar de las modernas amenidades que tenían los originales rascacielos del “skyline” panameño: piscina con jacuzzi, elevadores de última tecnología, hasta una freakin fuente de agua en el lobby; y a pesar del sacrificio único que hasta el sol de hoy hacen la mayoría de las mujeres que terminan viviendo en nuestros “cuartos de empleada”– pa’ eso, pa ellas, no había plata…
¿CÓMO ASÍ LOCOOO?
Para responder esta pregunta estoy lanzando Versión Criolla ¿Cómo así, entre muchísimas otras extravagancias que hemos normalizado, alguien tan importante, tanto para mis padres como para mi hermana y yo, compartiese un hogar con nosotros donde todos los baños tenían agua caliente menos el suyo?
¿Cómo así vivimos en un país donde alguien, para poder ser bien remunerado y darles una vida digna a sus hijos, tiene que dejar de criarlos para irse, casi siempre muy lejos de casa, a (entre lo poco que paga bien) criar a los hijos de otros? De otros, por cierto, que ni si quiera se bajan del bus para conectarle agua caliente a la persona que, al final del día, carga con la mayor responsabilidad del hogar: cuidar del niño en las fases claves de su desarrollo físico y socioemocional.
Este episodio refleja, como varios otros, una clara falta de coherencia entre el sacrificio y esfuerzo de miles de panameños como Mimi, por un lado, y su remuneración en el mercado laboral, por el otro. Delata una hipócrita desconexión entre los valores que como sociedad decimos profesar: ser madre/padre es el trabajo más importante de todos, y en lo que, como país, invertimos nuestros limitados recursos (spoiler alert: más que nada, en ladrillo de valor económico y social sumamente cuestionable, pero mega rentable para algunos).
Mientras tanto, figuramos prominentemente en los últimos puestos de todas las listas que importan: logro educacional, productividad laboral y, por ende, movilidad social. Tristemente, en Panamá hasta tenemos que permitir a las multinacionales importar su propia mano de obra cualificada, porque en el patio no la producimos.
¿Por qué?
Pues, históricamente, a nadie con poder político o económico en Panamá – la misma vaina, en un Estado débil y corrompible como el nuestro – le ha importado mucho la educación; ni de los que votan, ni de los que están obligados a consumir productos inferiores a precios inflados.
Por más que lo pregonen cada vez que puedan – tanto los políticos como las compañías más rentables del país – la educación pública de primera categoría, por razones que exploraremos en este espacio, no figura entre los intereses de nadie con poder (spoiler alert: esto tiene que ver con legados históricos y hasta geográficos, que nadie vivo hoy ha impuesto solito – ni solito tiene el poder para cambiarlo).
¿Pero, por qué no figura en los intereses de nadie con poder?
La respuesta a esta paradoja, claramente, es multifactorial, o sea, más de una variable influye en el resultado. De un lado del espectro – de quiénes tienen que verdaderamente romperse el fuas trabajando y quiénes, digamos, no tanto – están los sistemas económico, político y social que rigen nuestras vidas.
Escondidos a plena luz del día, estos sistemas delimitan el campo de juego y, por ende, tienen una enorme influencia en la estructura de la sociedad panameña, y las oportunidades – o falta alta de ellas – para subir sus estratos (básicamente, lo que todos queremos: que a nuestros hijos les vaya mejor que a nosotros). Poniéndolo más criollo, estos sistemas determinan quién gana y quién pierde en Panamá.
Por ejemplo, ¿sabes quiénes escriben las leyes, o sea, las reglas del juego, y qué exigen a cambio? ¿Sabes quienes tienen permiso o – clave en Panamá – incentivo para jugar, o sea lucrar, y quiénes no? ¿Sabes quiénes pican primero, es decir, quienes tienen acceso privilegiado a los recursos del Estado – tanto los naturales, como el subsuelo, la tierra, y el espacio aéreo; como los sociales, específicamente, ¿nuestras leyes e infraestructura?
Las respuestas a estas preguntas, en mi opinión, son imprescindibles para entender no sólo por qué Panamá está desestabilizándose tan aparatosamente ahora, sino qué hemos estado haciendo década tras década, gobierno tras gobierno, para haber llegado, casi sin darnos cuenta, a este punto, aparentemente, sin retorno.
¿Sabes cómo es explotado el recurso nacional y quién tiene permiso de hacerlo? ¿Sabes cómo se reparte el valor extraído? Y así nos vamos…
Del otro lado de este espectro está la psicología del ser humano. Para los efectos de este substack, no importa si se crees que fuimos moldeados por un ser supremo o por procesos evolutivos; la realidad es que nuestros cuerpos y cerebros fueron diseñados de manera sumamente específica para un ambiente terriblemente diferente al que actualmente habitamos. Nuestra realidad, mucho más de lo que nos damos cuenta, es determinada por el meatsuit que llevamos puesto – por nuestra biología – incluyendo nuestro cerebro y cómo éste procesa los estímulos sensoriales.
Imagínate, ahora, si la mayoría del tiempo ignoramos los sistemas anteriormente mencionados, y su influencia sobre nosotros, ¿cuánto pensamos en el impacto que tiene nuestro cuerpo, sobre lo que pensamos, sentimos y “sabemos”? Como dice el dicho: no vemos las cosas como son, las vemos como somos. Yo diría que, aún más arbitrariamente, las vemos como estamos, algo que puede atestiguar cualquiera que literal se ha convertido en otra persona sólo por no haber almorzado todavía.
Versión Criolla: Nuestros instintos de reproducción y supervivencia, fuerzas milenarias arraigadas hasta lo más profundo de nuestro ser, son los que casi siempre “toman” las decisiones que se sienten “nuestras”. Aunque nos encanta pensar que somos racionales, la realidad es que, casi siempre, la acción precede al pensamiento; es decir, la razón la usamos más para racionalizar nuestros impulsos y emociones, que para llegar a alguna verdad objetiva.
¿De qué otra manera, por ejemplo, podrían mis padres – ambos humanos ejemplares de gran corazón y conciencia social – haber hecho las paces con que la persona de quien más dependía el bienestar de sus hijos, y por ende su paz mental, tendría que bañarse cada madrugada con agua helada? El problema es que simplemente es demasiado fácil lavarse las manos con el “chuzo, pobre la nana, pero ¿qué podemos hacer? ¡Así son todos los apartamentos nuevos! Esos constructores, haciendo lo que se les da la gana, ¡alguien debería pasar una ley! Pero bueno, firma ya mi amor, que están a super buen precio y van a subir las tasas, ¡anda, dale!”
¿Qué espero lograr con esto?
Versión Criolla es un boletín informativo y analítico que, si te suscribes, llegará a tu inbox semanalmente. Es gratis, aunque tendrás la opción de contribuir mensual o anualmente para hacer sostenible el emprendimiento. Mis metas son tres:
Explicar procesos complejos, ya sea políticos, económicos, sociales, etc., que puedan ser abrumadores para el público general. Ojo, para mí también lo son, pero soy nerd y le meto cabeza a estos temas por gusto.
(sin embargo, busco, también, ser remunerado por el esfuerzo; después de todo, por algo hemos escogido, para generar riqueza y prosperar como especie, este sistema económico basado en el interés personal; porque cuando son verdaderamente libres y competitivos – la excepción en Panamá, no la regla – los mercados pueden hacer milagros).
Análizar la situación nacional para a) determinar sus raíces, en particular, el papel que juegan las fichas, el campo y las reglas del juego en el resultado final. Además del contexto, quiero explorar el significado – y las consecuencias – de lo que pasa en el país, para luego b) sugerir políticas públicas que puedan mejorar la situación.
Concienciar y actuar, frente a los problemas más urgentes que enfrenta Panamá – problemas existenciales, como te puede decir cualquier latino de otro país que haya tenido que venirse a vivir a Panamá – de cada 10 migrantes que hay en el patio, al menos 8, te lo aseguro, no vinieron por el clima, ni por la bienvenida que le damos los panameños a los extranjeros, inclusive a turistas; vinieron porque sus propios países se fueron pa’ la shiznit, y aquí en Panamá, al menos todavía, hay plata. Mi diagnosis de la enfermedad, luego mi prescripción (Rx), están más o menos relacionadas con lo siguiente:
Panamá, un país pequeño con recursos claves para la economía mundial y una población bastante homogénea – excepto, como veremos, en el ámbito socioeconómico – sufre de groseros niveles de desigualdad, la cual cada día se arraiga más en la sociedad.
Esto es evidente no sólo en las protestas que vimos luego de la oficialización del aparatoso contrato minero, ya declarado inconstitucional, sino en el resentimiento social y disgusto generalizado de la población, hacia nuestros gobernantes, pero también hacia nuestros compatriotas, los de ese o aquel bando.
Por si no sabías, somos prácticamente el país más desigual de América Latina, de por sí la región más desigual del mundo: estamos en un empate técnico con Brasil, donde millones viven y mueren en el inframundo de las favelas; y El Salvador, donde el papanatas que tienen de presidente prefiere entregarle el país a Google – y que la mayoría de la población tenga que mulear hasta los Estados Unidos – que tratar de seriamente mejorar sus vidas.
Esta desigualdad – especialmente en cuanto a los ingresos y la riqueza, es decir, los resultados económicos de nuestras políticas públicas – causa resentimiento social y, por razones que también exploraremos en este espacio, inestabilidad política.
Por ende, hoy más que nunca, necesitamos una clase media amplia y robusta que cabildee por políticas públicas alineadas con los intereses de a) los asalariados formales y b) los emprendedores / las pymes. Específicamente, debemos pelear por:
Mejorar notablemente tanto la remuneración del trabajo – incluyendo el más importante: criar niños – como la capitalización de la iniciativa empresarial.
Disminuir el peso de la financiación del Estado que actualmente recae sobre los asalariados formales y las pymes – un atropello puro y duro – y traspasárselo a los terratenientes (incluyéndome, generosamente, a mi) y a los grandes grupos económicos que operan en el país, tanto locales como multinacionales, especialmente si lucran de la explotación de recursos nacionales, incluyendo concesiones monopolísticas, subsidios directos e incentivos fiscales especiales.
Esto será parte de un proyecto político / de sociedad civil, del cual hablaré en las próximas semanas, que intentará organizar a los emprendedores y asalariados de Panamá para luchar, en conjunto y estratégicamente, por políticas que mejoren la calidad de vida de ambos grupos, los cuales, actualmente, son castigados con todo tipo de impuestos y costos punitivos – tanto directos como escondidos – por un Estado capturado por, entre otros intereses especiales, los sindicatos y grandes grupos económicos.
¿Me ayudas?
Iluminar el mundo para comprenderlo mejor, especialmente en momentos de miedo y confusión, es crucial. Creo que cuanto más nos acerquemos a una realidad compartida, mejor podremos vivir en estos tiempos tan complejos, de manera más sana y humana. Pero como ciudadanos de un Estado democrático, también tenemos la responsabilidad de participar cívicamente, o como diríamos, de hacer patria, todos los días.
Esto no significa solamente ser un miembro bien informado de la res pública – requerimiento necesario pero no suficiente – sino también promover políticas que aseguren el bienestar de la gran mayoría de los panameños, especialmente de aquellos que se sacrifican diariamente por avanzar pero que cada año reciben menos a cambio de sus esfuerzos.
Por este motivo, con Versión Criolla también intentaré definir lo que significa el bienestar de la gran mayoría de los panameños, por más imposible que parezca la tarea. Dejar que “el mercado” lo defina, como supuestamente hemos hecho hasta ahora, es dejar que el que más plata tiene ponga las reglas, y eso es exactamente lo que nos tiene en este hoyo negro del cual no vemos salida clara.
Lo bueno, para terminar con algo positivo, es que ya nuestros problemas los conocemos íntimamente: 1) pobreza y falta de movilidad social; 2) desigualdad económica, que por metástasis se ha regado a los ámbitos político y social; y 3) corrupción, tanto de las instituciones del Estado y los políticos que las dirigen, como aquella procedente de los grandes grupos económicos, los cuales utilizan sus considerables recursos financieros, no necesariamente para competir y ofrecer un mejor producto a menor precio, sino para capturar al Estado y extraer valor de éste.
Gracias a las ciencias sociales, incluyendo la que hace no tantos años llamábamos – muy sabiamente – política económica, tenemos muchísima data histórica y estudios analíticos que nos muestran bastante bien qué funciona, y qué, definitivamente, no.
Tenemos también los resultados, unos más claros que otros, de las políticas públicas que se han implementado – o impuesto – a lo largo de la historia, en Panamá y la región: desde la industrialización por sustitución de importaciones de los regímenes desarrollistas o populistas post-Segunda Guerra Mundial, por ejemplo, los de Perón en Argentina, Vargas en Brasil y, hasta cierto punto, el de Torrijos en el patio; hasta el Consenso de Washington del Siglo XXI, la “medicina” contra el retroceso latinoamericano prescrita por el neoliberalismo desatado, en 1989, después de la caída del muro – y felizmente ingerida por la gran mayoría de los gobiernos regionales de la época – cuyos efectos cubren el espectro completo, desde la catástrofe del Estado fallido conocido como la República Bolivariana de Venezuela, hasta el desarrollo más o menos sostenible que parece tener el Estado de bienestar de la República Oriental del Uruguay.
Razón social
Mi mayor deseo es que este espacio propicie el pensamiento crítico, el intercambio de ideas y, si todo sale bien, el debate constructivo. Quiero esclarecer temas que parezcan aburridos o complicados, al menos a simple vista, pero que en realidad podemos – y debemos – entender y manejar con mayor facilidad, especialmente si los examinamos con paciencia, información fidedigna y análisis “objetivo” (entre comillas, porque la objetividad pura no existe en la vida real, sin embargo, sigue siendo un buen Norte al cual apuntar).
Me expresaré clara pero justamente, sin ánimos de ofender a nadie y estando siempre abierto a la posibilidad de estar totalmente equivocado, para así aprender y convertirme en mejor ciudadano, porque esa es la única manera.
Más que nada, sin embargo, lo que quiero es evitar que Panamá caiga en la misma trampa que cayó Venezuela, la de un país rico – por pura suerte, igual que nosotros – pero profundamente desigual; en vez de seguir el camino del Uruguay, por ejemplo, un país chico donde la sociedad ha logrado que sus principales grupos de interés, mediante una democracia frustrante e imperfecta, vivan en relativa paz – en vez de listos para hacer que el país arda antes de ver al otro prosperar, sin constantemente resentir o sospechar del prójimo (como pasa aquí y ahora, no te confundas).
Así no vale la pena vivir, y no duraremos mucho como república si no cambiamos de curso, lenta pero seguramente, antes que un populista termine de destruir lo que la Providencia, o el randomness del universo, nos ha legado a las casi 5 millones de almas que compartimos este recurso único en el planeta.
Espero que a ti también te sirva.
Sinceramente,
-Andres